jueves, enero 06, 2022


Engels joven-dialéctico 1839-1840

por Nicolás González Varela


"No soy un Doctor [de Filosofía] y no puedo llegar a serlo nunca.
Sólo soy un comerciante y actualmente un artillero real prusiano.”
(Engels, presentación de su currículum a Ruge, 1841)


  Si la Verdad reside en el proceso, el derrotero de Engels hacía la apropiación íntima de la Dialéctica nos tiene que ofrecer una clave para entender su figura como pensador autónomo al propio Marx.[1] La Kritik a la ideología del joven Engels fue, en un desarrollo de toma y daca, de avances y retrocesos, un proceso general de deconstrucción de la operación falsa del entendimiento que proponía la Aufklärung en torno a la Metapolítica moderna. Toda tesis lleva implícita una unilateralidad -tal el principio de negatividad; sobre la negación de la negación, partiendo de lo reflexivo, se levanta ahora un criterio protomaterialista, el Idealismo objetivo y la “Historia filosófica” de la izquierda hegeliana, que Engels fue capaz de impregnarse creativa y prematuramente. El exceso especulativo de Hegel en su exposición del Espíritu objetivo jamás logra asfixiar su profundidad materialista, sofocar su tendencia concreta. Las conclusiones son revolucionarias: la sustancia es sujeto pero solamente en sí. Utópicamente, en sí el ser humano es todo. Se trata de un decisivo y rápido proceso de reabsorción y de reorganización del joven Engels, que clausura toda una etapa anterior que queda cancelada. El saber concreto (dialéctico) exige, además de la disyunción, un tercer término, es un “tanto esto como lo otro”, como un “ni esto ni lo otro”. Todo lleva la marca de la mediación. La Verdad NO es ni un concepto determinado NI un ser determinado. El antidualismo hegeliano, radical y de largo aliento, también es sumado a la perspectiva crítica.

  En el propio devenir de sus escritos, es posible visualizar en negativo el derrotero ideológico y político de Engels, más prematuro teóricamente y al mismo tiempo, más sesgado y fatigoso que el curso preferiblemente lineal, incluso de curso académico, del propio Marx. Al no existir en Prusia la esfera de lo político como ámbito separado, la Kritik de la Política se debía practicar sobre territorios intermedios, como la Literatura y la Teología, y como no, en la misma sórdida lucha en la propia Filosofía. La disolución dialéctica de lo finito, la erosión de toda determinación, es un descubrimiento subversivo que Engels encuentra en su camino de autodidacta, develamiento que corrige su propia autorreferencia y su propio desarrollo intelectual. Y quizá su primer momento de aplicación surgiera por la crítica a la Heimat, a la pequeña Patria del Wupper, la bergisches Land, a la Mánchester renana, enclave de fabricación textil impulsada por el agua y rodeada por una agricultura campesina provincial y casi medieval. Pero el filo de la crítica no se detuvo en la objetividad externa, la Dialéctica se hizo intensamente subjetiva. Engels deconstruyó sin piedad a la propia vida cotidiana familiar, la alienación rutinaria de la Costumbre, el Hábito como esa cierta manera de tener que se vuelve manera de ser. O como decía el “notorio” Hegel, la tradición como “esa circunstancia que nos permite decir que las cosas nos parecen ser así, pero no que SON así." Lo ideal no se inventa, se descubre bajo los escombros de lo real. En lo real se esconde lo ideal. Es que Hegel prioriza el lado práctico, la praxis humana.

  El Engels joven-joven parte desde la orilla de la Literatura romántica y radical de la “Joven Alemania”, en su versión decadente final,[2] enfrentándose primero a su propia rutina religiosa comunitaria y familiar, la superestructura del Pietismo, la estructura iluminista autoritaria del Regionalismo prusiano, por lo que parte no tanto de la Filosofía pura como de la crítica de la Religión, la Bibelkritik (Strauss es aquí su Sócrates) es su modo de desembarazarse del peso muerto de su tradición y, al mismo tiempo en una doble tarea simultánea, destripar de manera materialista las formas alienadas de su tiempo. “Estoy con la Joven Alemania en cuerpo y alma”, confesaba en 1839,[3] y fue precisamente este movimiento el que le permitió desarrollar instrumentos y métodos de entender la realidad que podemos calificar de “protomaterialistas”. Abrazó el ideario liberal del movimiento: Constitución escrita (racional en términos hegelianos), Libertad de Prensa, abolición de todas las formas de coacción religiosa, y emancipación de la mujer. Más adelante, en 1851, dirá Engels, recordando estos momentos, que “la Literatura alemana ha sentido también la influencia de la agitación política en la que los acontecimientos [de la Revolución de julio] de 1830 lanzaron a toda Europa. Casi todos los escritores de ese período predicaban un Constitucionalismo inmaduro o un Republicanismo más inmaduro aún. Fueron adquiriendo más y más la costumbre… de llenar la falta de talento de sus obras con alusiones políticas capaces de llamar la atención del público. Las poesías, las novelas, las reseñas, los dramas, en suma, todos los géneros de creación literaria rebosaban de lo que se dio en llamar «tendencia», es decir, exposiciones más o menos tímidas de espíritu antigubernamental. Para completar la confusión de ideas que reinaba en Alemania después de 1830, estos elementos de oposición política se entremezclaron con recuerdos universitarios mal asimilados de Filosofía alemana y fragmentos mal entendidos de Socialismo francés, particularmente de Saint-Simonismus; y la clique de escritores que propagaba este conglomerado heterogéneo de ideas se denominó presuntuosamente a sí misma «Joven Alemania» o «Moderna Escuela»”[4]

  A los aportes de su padrino Gutzkow, que le abrió la puerta a ser leído en un periódico masivo e influyente en la opinión pública burguesa y órgano central del movimiento, teóricamente se le sumó el aporte político-literario de Börne,[5] defensor de la forma republicana, individualista metodológico, cosmopolita y liberal de izquierda en lo económico, al que definió como “el hombre de la práctica política”. Me he posado firmemente, confesaba a sus amigos, “en las ramas de un roble llamado Börne”. Las necesidades de la Bibelkritik y de la lucha contra el Estado monárquico-teológico, le obligaron a conocer a Strauss, el famoso hegeliano de izquierda, y su libro sobre la vida de Jesús, objeto furioso de una futura crítica desde la derecha de un tal Nietzsche, que le condujo a Hegel sin dilaciones en un viaje sin retorno. Previamente el joven Engels creía que la Teoría y la Historia se oponen de alguna manera completamente, como lo entendía Schelling, que el filósofo concluye los acontecimientos con un canto fúnebre y el hombre de acción inicia la obertura. Vislumbró entonces, por poco tiempo, que la tarea pendiente de la Teoría crítica era superar las unilateralidades (ya de Teoría, ya de Estética, ya de Historia) de las vanguardias literarias y filosóficas. Se trataba de llevar a término “la compenetración de Börne y Hegel, la mediación entre Vida y Ciencia, entre la Realidad moderna y la auténtica Filosofía”. El híbrido parecía imposible de sintetizar en la alta Teoría, el cuádruple frente de combate en el Volksgeist alemán (el Espíritu libre luchando contra curas y pietistas, contra la Nobleza y su burocracia, contra la Aristocracia del dinero y los poseedores y, finalmente, la pulsión republicana contra la Monarquía y los ridículos principados) requería un método realmente sólido y revolucionario, un instrumento que ya no podían encontrarse en la elemental caja de herramientas de la Joven Alemania. Lo real, en su devenir, exige un nuevo método de tratar la materia. Si antes Hegel formaba parte indispensable de un mix teórico-crítico subversivo con el admirado Börne, producto de su intentó imposible durante un corto período de amasar un híbrido entre el alma republicana de la Joven Alemania con la Logik hegeliana, el joven Engels da un paso al frente, descubre que Hegel no debía complementarse con nada ni nadie. Su “colosal sistema” (sic), su método dialéctico era autosuficiente, no requería de complementos ni parches exteriores, y superaba toda dualismo, toda unilateralidad. No se necesitaba el lado práctico del Republicanismo político y el Liberalismo económico de Börne, ahora “antítesis estricta de Hegel”. A estas alturas ya había alcanzado, por su propios medios, naturalmente, las conclusiones críticas de los “Jóvenes hegelianos” e incluso un más allá. Recordaba nuevamente en 1851 que “la Filosofía alemana, que es el exponente más complicado, pero, a la vez, más seguro del desarrollo del pensamiento alemán, se puso de parte de la clase media cuando Hegel declaró en su Filosofía del Derecho que la monarquía constitucional es la forma final y más perfecta de gobierno. Dicho con otras palabras, Hegel anunció que se aproximaba el advenimiento de la clase media del país al poder político. Muerto Hegel, su escuela no se detuvo ahí. Mientras la parte más avanzada de sus adeptos, por un lado, sometió toda creencia religiosa a la prueba de una crítica rigurosa y conmovió hasta los cimientos el vetusto edificio del Cristianismo, planteó al mismo tiempo principios políticos más audaces en comparación con los que hasta entonces eran del dominio del oído alemán e intentó restablecer la gloriosa memoria de los héroes de la primera revolución francesa. El oscuro lenguaje filosófico en que iban envueltas esas ideas ofuscaba el entendimiento tanto del literato como del lector, en cambio cegaba por completo al censor, y por eso los «Jóvenes Hegelianos» gozaban de una libertad de prensa desconocida en cualquier otra rama de la literatura.”[6]

 Misston und Zwiespalt, división y disonancia, el Mundo burgués de los 1830 -afirma Hegel- muestra todas las miserias y vicios que se exhibían en el Mundo romano; el Pueblo no puede hallar lo que le conviene, la pasión por el Derecho privado y el goce inmediato está al orden del día, desde la Moralidad la opinión caprichosamente personal y la convicción desprovista de toda verdad objetiva son autoridad; y continúa afirmando que ”la unidad de lo exterior y de lo interior ya no está presente en la conciencia inmediata, en la realidad. La sal ha llegado a ser insípida.” La Religión, incluso en su forma iluminista como la pietista, o incluso con la que debatirá el joven Engels, la versión progresista denominada “racionalista”, ya no le aporta reconciliación sino parodia, ruina e inercia. La Filosofía no puede resolver esta Misston de manera efectiva, ya que solo es una reconciliación en falso, parcial, y en el pensamiento, válida solo para la pequeña secta de testigos de la Verdad, tribunos protestantes, filósofos y académicos. No se resuelve ningún problema real, no ambiciona resolver las disonancias y contradicciones de la época. Hegel, dirá el joven Engels, “tiene una gran importancia práctica para el presente.”

  En mayo de 1839 Engels habla explícitamente sobre la Dialektik hegeliana en su correspondencia privada; explica, luego de repasar las polémicas dentro del propio Hegelianismo, que “quién quiera atacar a la Escuela hegeliana debe ser él mismo un Hegel y crear una nueva Filosofía en su lugar”; además, concluye, la Lógica de la Dialéctica tiene efectos críticos-subversivos incuestionables. En este momento es suficiente por sí misma, el joven Engels no exige la Umkehrung, la Umstülpung de su núcleo idealista objetivo. “Rezo por la Verdad”, le confiesa a un amigo se su infancia en la misma época. Está aquí el interregno, la transición, el pasaje, la Übergang sobre su conciencia tardo-romántica, que abandonará para siempre. Tendremos que esperar hasta mayo de 1840, para que aparezca citada por primera vez públicamente, en un contexto polémico, el término técnico de “Dialéctica”. Engels ha tardado un año en absorber, aprehender, procesar y aplicar creativamente el aparato de la Kritik dialéctica. Aunque ya habían aparecido signos y señales antes, la Filosofía de Hegel tiene cada vez más un magnetismo inevitable y potente, demostrado por su eficacia y productividad en la apropiación crítica de lo concreto. En el joven Engels surgía el convencimiento de su absoluta superioridad, sobre cualquier otra filosofía de la época, como es evidente leerlo en tonos orgullosos y positivos a lo largo del año 1839, por ejemplo en su artículo sobre Karl Beck,[7] en “Signos retrógrados de los tiempos”, donde defiende la Filosofía de la Historia hegeliana de la crítica externa de su colega Gutzkow,[8] padrino en la carrera de periodista. Engels afirma sin titubeos que el Materialismo moderno comienza a estar ocupado por derecho propio por el nuevo Idealismo objetivo de Hegel, y que las categoría hegelianas de la Historia se han introducido legítimamente, pero de manera deficiente y acrítica, en la propia Literatura alemana. Es más: Engels que “el nuevo Hegelianismo tiene una confianza entusiasta e inquebrantable en la Idea, única fortaleza en la que los liberales pueden encontrar un refugio seguro.” Califica a las raíces del sistema hegeliano como superador en consistencia interna con respecto de todos los predecesores o competidores del mercado filosófico, citando varios hegelianos conocidos (Hotho, Rötscher, Strauss nuevamente, Rosenkranz); aquí propone nuevamente su programa crítico basado en una complementación entre Ciencia y Vida, entre la Filosofía y las ciencias modernas; ergo: entre Hegel y su admirado Börne. En abril de 1840 en un artículo sobre Joel Jacoby,[9] Engels explica cómo se ha malinterpretado a Hegel, dentro y fuera del movimiento de los hegelianos; califica sin taxativos de “maestro” al propio Hegel. En el artículo “Réquiem por el Adelszeitung”[10] de abril de 1840, reconoce el trasfondo revolucionario de Hegel, de su idea de Estado “racional”, de su dialéctica subversiva, citando por primera vez recientes polémicas contra el Hegelianismo, los que nos habla de su conocimiento experto sobre el estado polémico de la cuestión en los años 1830’s.[11] De su admirado David Strauss (al que califica de “irrefutable”)[12] y de sus lecturas sobre la polémica en el seno del Hegelianismo (Leo contra Michelet, Eduard Gans, etc.) y los ataques externos (de un notorio seguidor de Goethe como Schubardt) a las consecuencias revolucionarias y críticas del sistema hegeliano. Engels parece manejar y conocer las líneas ideológicas internas del Hegelianismus, reconoce la capacidad de la Dialéctica de generar efectos críticos y subversivos que permiten emerger la Verdad. Incluso descubre su trasfondo cercano al Liberalismo político, vía Ruge. Ya en noviembre del mismo año confiesa sin tapujos que “estoy a punto de convertirme en hegeliano”, y nos da la clave de la fuente primaria de su lectura, del origen de su aprehensión del método especulativo de Hegel: “la Filosofía de la Historia hegeliana está escrita como si yo lo hubiera hecho desde mi corazón.”, para concluir afirmando que “me voy a estudiar a Hegel con un vaso de ponche en la mano.” La reapropiación de la Dialéctica y de la idea de Estado racional, a diferencia de Marx, o de Bruno Bauer, no la hace el joven Engels desde las chefs-d'œuvre hegelianas, como la Fenomenología o la Lógica, sino desde una de las obras más maduras pero más subestimadas y vilipendiadas por los críticos hegelianos, una obra al parecer innecesaria, un monstruo inofensivo, incluso uno de ellos afirmó que era la “parte vergonzosa” de su System.[13] Se trata de sus Lecciones sobre la Filosofía de la Historia mundial, la versión editada por Eduard Gans y Karl Hegel; Engels dirá que gracias al trabajo editorial de Gans “la Filosofía de la Historia de Hegel llegó al presente, confesando que estudia la obra “obedientemente cada noche, y se apoderan de mí, de manera terrible, los más tremendos pensamientos.” A inicios de 1840 se confiesa ya ser “un panteísta moderno, es decir: Hegel.” En el Panteísmo personificador hegeliano el ser humano es el que debe saberse Dios, como decía Heine. En rara coincidencia, el joven Marx calificará en su Kritik a la Filosofía del Derecho el sistema de Hegel como “misticismo panteísta lógico” en 1843. El Comunismo, se decía en la época, es la Política del Panteísmo, el Panteísmo traducido al clivaje político.[14] Hegel se asocia con el Saintsimonismo, y el Liberalismo por toda Alemania. Los socialista alemanes -dirá el Engels tardío con toda razón y recordando sus furiosos años de formación autodidacta- nos enorgullecemos de descender, no solo de Saint-Simon, Fourier y Owen, sino también de Hegel. Y un poco más adelante recordará, al mejor estilo de su admirado Shelley (al que pensaba traducir al alemán), el sublime momento que tuvo “cuando por primera vez apareció ante mí la idea de Dios del último de los filósofos [Hegel], este pensamiento tan gigantesco del siglo XIX,… una lluvia de felicidad se apoderó de mí, sopló hacia mí como aire fresco de mar, el aire que bajó del cielo más puro de las profundidades de la Especulación.”[15] En sus obras podía leer que nuestra sociedad civilizada burguesa se fundamenta en “una fabricación complicada en que el ser humano mismo es convertido en máquina sujeto a otras máquinas. Las cosas, los productos humanos, han perdido su frescura y su vitalidad; permanecen inanimadas, y no son ya creaciones propias, directas de la persona humana, en que el ser humano gusta de complacerse y contemplarse a sí mismo.” He aquí la buscada conexión interna de la Modernidad, una conexión viva que puede aparecer únicamente “en un Todo articulado, cuyas partes forman a su vez círculos particulares”. Este notable diagnóstico epocal hegeliano, Vor-marxista podría decirse, recordemos la propia asimilación de la novísima Economía Política en el mismo Hegel muchas veces subestimada, es el que retoma el joven Engels. La exigencia del ideal realizado, encarnado sí o sí en la materia, es una especie de Materialismo ad pectore encarnado en la dialéctica del Espíritu objetivo.

  Al parecer la maduración-irrupción del sistema hegeliano como Kritik a la Modernidad burguesa se produce en febrero de 1840 y se trasluce en la serie de artículos titulados “Vida literaria moderna”.[16] Bajo una crítica al Estilo en tanto carácter de un autor, que se revela por entero en su manera de expresarse, en el giro dado a su pensamiento, como “mediación” entre la manera o modo y la verdadera originalidad, por cierto, ideas de la Estética hegeliana. Engels coloca en la contradicción cultural alemana en un primer momento a Goethe y a Jean Paul (tal como lo hace el propio Hegel en su Estética) colocando como mediación a la Joven Alemania, en especial a Börne. La tarea decisiva de nuestra época -dirá Engels- “es completar la fusión de Hegel y Börne”. Éste último ha prestado un mayor servicio a la Idea que “los hegelianos que se aprendieron de memoria la Enciclopedia de Hegel y pensaron ya habían hecho suficiente por el siglo.” Por otro lado, Engels afirma, en su crítica a Mundt, que el sistema hegeliano es un sólido árbol que genera una segura sobra en la que guarecerse, pero que muchos hegelianos terminan dogmatizando las enseñanza del “Maestro-rey” (Engels utiliza irónicamente el término persa Padisha), utilizando aquí y allá axiomas sueltos, fórmulas ad hoc, sin comprender el método crítico, la propia Dialéctica. Dirá por ello en su correspondencia en 1840 que “sus discípulos han hecho más dañó a Hegel que nadie; solo Gans, Rosenkranz, Ruge et altri fueron dignos de él.” El Engels maduro, recordando esta época, afirmará que “no podía tratarse de mantener el contenido dogmático del sistema de Hegel según lo predicaba el Hegelianismo berlinés de la vieja y la nueva escuela” y volverá a llamar a Hegel un pensador colosal “a quién tanto debemos.”

  Y para descubrir las raíces profundas del malestar social y político, empleará dos herramientas hegelianas fundamentales: la Dialéctica histórica (como movimiento que permite pensar concretamente lo real, ahora Deus sive historia) y el concepto de Staat racional hegeliano (el material de realización del Espíritu universal en la Historia), ambos tomados, como señalamos, de la Filosofía de la Historia, a la que define como “grandiosa obra”. En especial hay que destacar un concepto de Estado hegeliano maduro, creemos, menos ambiguo, con implicaciones materialistas y más revolucionario que el que aparece en los famosos Grundlinien der Philosophie des Rechts. Pero además, en su Historia filosófica, Hegel incorpora una determinación nueva, potencialmente subversiva, la de Klasse, clase social, que encuentra ya en la primera forma-Estado de la Humanidad, en el Mundo oriental, específicamente en China. Es decir: para Hegel en el origen del Estado, incluso en rudimentarios o “groseros”, institución que es definida técnicamente como “convivencia bajo un principio universal que reúne la Soberanía”, ya vive la escisión, coexisten en tensión diferencias de clases y estamentos complejas y múltiples.

 DIALÉCTICA HISTÓRICA. Se pueden distinguir en Hegel tres formas dialécticas: la natural o ciega, inconsciente; la subjetiva o consciente (base de la Libertad) y la histórica, incompletamente consciente, reino de la alienación y el extrañamiento y de su superación. La Dialéctica histórica hegeliana, la que asimilará en esta época Engels, es en realidad una composición dialéctica de lo ciego con lo consciente en proporciones variables, un mix de los dos tipos fundamentales de formas dialécticas. El fin único y último del Espíritu en la Historia es la Libertad según Hegel. El joven Engels afirmará, en 1840, recreando la feliz fórmula, que “la Libertad y la Necesidad son idénticas.” Y el Mundo solo debe tener como meta que el Espíritu tenga conciencia de su potencia como Libertad y que de este modo su Libertad se “realice” en lo real, no permanezca como mera conciencia en sí en el pensamiento o en la interioridad. Se trata de la máxima Libertad del sujeto, en que éste tenga su conciencia moral, que proponga fines universales, revolucionarios, y que los haga valer. Los espíritus de los pueblos son los miembros de este proceso de toma y daca dialéctico que se desarrolla dramáticamente en la Historia, en los cuales el Espíritu, lo racional, llega al libre conocimiento de sí mismo. El Volksgeist es un espíritu determinado, un todo concreto, que debe ser conocido en su determinación real. La Religión, el Arte, la Filosofía, la Cultura en general, los destinos y acontecimientos constituyen su desenvolvimiento dialéctico, que es su carácter nacional. Mostrar, exponer en qué consiste esta conexión con el Espíritu dentro del movimiento de un pueblo, sus limitaciones y unilateralidades, es la tarea primordial de la Kritik. Los pueblos “son” sus actos materiales, los actos materiales, su “obra” (cultos, costumbres, usos, Arte, constituciones, leyes políticas, el orbe entero de sus instituciones) son su fin. Es por su “obra” que sabemos si un pueblo trabaja para el fin del Espíritu, o no. Pero además, cuando la necesidad del Espíritu que había surgido en torno a un pueblo ha sido ya culminada, debiendo ser coronada materialmente por una institución, un tipo de gobierno, por ejemplo, deja de existir, y entonces la negatividad exige que esa institución debe ser negada y debe suprimirse. Ese pueblo vive -dice Hegel- en un presente sin necesidades, sin racionalidades. Lo imperfecto, así como lo opuesto a sí mismo en sí mismo, es la Widerspruch, la Contradicción que ciertamente existe, pero que es igualmente aufgehoben, cancelada y resuelta, por el empuje, el impulso de la vida espiritual en sí misma, para romper la corteza de la naturalidad, la sensualidad y la extrañeza de sí misma y poder llegar a la luz de la conciencia, es decir, a sí misma. La Dialéctica devela la lógica de este Mundo invertido en forma de una Historia filosófica. La Historia del Mundo -resume el joven Engels a principios de 1840- “es el desarrollo del concepto de Libertad.” Y devela la clave de su enigma, el principio de su movimiento hacia una nueva unidad. No es otra cosa que reflejo histórico de la contradicción suprema entre Pensamiento y Ser. Un desdoblamiento, una rigidez unilateral en la Historia que exige ser, sí o sí, superada en la praxis. La Dialéctica se presenta como la necesidad de un Pueblo de pensarse, una reflexión que ya no exige respeto por lo inmediato, porque el Espíritu subjetivo se ha separado de lo racional, de lo universal. La dualidad implica, conlleva consigo, la necesidad de una nueva síntesis, de una unión, de producir una unidad. La oposición en que el Espíritu entra con un principio inferior, no es otra cosa que la Widerspruch, la Contradicción, conduce al principio superior, más elevado. La negación (doble negación en realidad) que surge de ello ya no es la negación externa kantiana, sino una negación interior, refutación necesaria que no solo difiere de esta sino que la excluye para explicar el proceso. La unión, la anulación de lo unilateral, solo se encuentra en un principio superior al actual. La tarea del crítico, ergo: del tribuno revolucionario, consiste entonces en descubrir aquel “algo” concreto a negar en las conexiones internas de su Pueblo para evitar los retrocesos irracionales, desvíos excesivos, esquivar incidentes de negaciones accidentales o exteriores, facilitar la Übergang, los pasajes y las transiciones a estadios superiores. Así Engels acusa a toda una series de autores de ser “unilaterales” al juzgar más por “la debilidad del objeto” desde un solo punto de vista, sin tomar la perspectiva del Todo articulado e interconectado. La disensión encierra lo superior de la conciencia pero debe ser acopiada y recogida por medio de la Kritik en todo su vigor y actualidad. Se encuentra en lo negativo un fin, surge el aspecto afirmativo de la negatividad que trastorna y convulsiona el Presente. Engels comenzará a realizar esta Anwendung, esta aplicación crítica de la Dialéctica, que intenta descubrir la conexión íntima, la Zusammenhang, que reconoce la unidad del Mundo humano en la contraposición que debe cancelarse. Engels dirá que “allí donde se llega a conocer el encadenamiento interno de las formas de existencias sociales y políticas de un período, suele ocurrir en el momento en que estas formas ya cumplieron la mitad de su desarrollo, cuando marchan hacia su declinación.” La Dialéctica le permite a Engels recuperar y reconstruir el movimiento de la cosa, o sea que por primera vez en este sistema la Totalidad del mundo histórico y espiritual se presenta como Proceso, y en su devenir, en sus cambios y movimientos, sus necesarias conexiones internas. Lo dirá claramente: “la Escuela hegeliana, en su más joven y libre último desarrollo, y la generación más joven, como prefieren llamarse, avanzan hacia una unificación que tendrá las más significativa influencia.” Hegel le suministraba al joven Engels, con su “Estilo descarado”, y a toda una nueva generación de escritores y pensadores, no solo la exposición del proceso, sino también el modo de empleo, la lógica inmanente del proceso, la Dialektik. Existe una acción recíproca entre los diferentes momentos dentro de una Totalidad orgánica siempre en movimiento. En el Mundo del Espíritu Objetivo todo lucha contra todo, Alles ist entegegengesetzt y la perspectiva justa de la crítica es la que permite conocer el modo como esta unidad momentánea en la Historia está determinada. Cómo dice el joven Engels, contra quienes lo malentienden, “desde esta aparente ‘’Filosofía prusiana de Estado’ surgieron brotes con los que ningún partido soñó… el lado político del sistema hegeliano está de acuerdo con el Espíritu de la época.”[17]




  Das Material, ESTADO: el joven Engels utiliza una determinación para criticar la forma Estado de su época, y es la hegeliana de vernünftigen Staat, “Estado racional”.[18] Recordemos que el Estado en Hegel es el objeto inmediato de la Historia filosófica, una sustancia que también sufre el ritmo de vida dialéctico. El Staat, como efectividad de la Idea ética, es el punto en que ésta llega a la conciencia de sí misma en la inmediatez del Mundo. El Estado es una abstracción real y a la vez una Totalidad individual, orgánica, un “individuo espiritual”. Es orbe moral y realidad de la Libertad. El perfeccionamiento de esta sustancia, el Estado, se convierte en resultado de todo un camino que, a través de la dialéctica de la Esencia, llega a poner al concepto como sujeto, lo que bloquea todo intento de escindir de la Libertad al Staat en tanto sustancia ética. La sustancia ética (en cuanto forma estatal) nos remite a la determinación de la sustancialidad en la Logik, allí se demuestra que toda sustancia es relación, realidad inmediata pero procesal y relación consigo misma, allí ella es la que garantiza la transición de la Lógica objetiva (la famosa Doctrina de la Esencia) a la Lógica subjetiva, el punctum saliens en el cual la propia sustancia se hace sujeto que por sí mismo se postula en la Libertad. Si históricamente no se produce este proceso, quién lo sufre es la Libertad. Por ello es que toca a los individuos pensar lo que es la experiencia vivida del concepto en un Staat determinado, con el fin de liberar de ellos, mediante la Kritik y la acción en lo real, las nuevas determinaciones en potencia de la Libertad. Por lo tanto el fin del Estado como material en la Historia es que la Libertad se haga objetiva y se realice positivamente, tal el reclamo que hace el joven Engels. Su fin es que lo sustancial (racional) tenga validez, exista y se conserve en las acciones humanas e incluso en sus intenciones. Por eso el fuerte énfasis de Hegel en la praxis: el ser humano “es” la serie de sus actos, es aquello para lo cual se ha hecho. En el Staat lo necesario deber ser lo racional como sustancia, ya que se define como una comunidad de existencia donde desaparece toda oposición entre Necesidad y Libertad.

  Hegel sostiene que una constitución es racional cuando está diferenciada interiormente en tres momentos (poderes) -monarca, ejecutivo, legislativo- que corresponden a la estructura -individual, particular, universal- de la Idea (Concepto) de la Razón. Recordemos que conjunto de las instituciones históricamente desarrolladas de un Volk, mientras que subjetivamente es el conjunto de sus sentimientos éticos y políticos [Sitte]. Lo más importante: el Staat es racional por su forma, ¡no por sus efectos útiles! "el mejor Estado es aquel en que reina mayor Libertad." El Estado racional en cuanto tal es aquel -dirá Hegel- “que supera la oposición abstracta entre Pueblo y Gobierno”, en el cual la Moral está separada de lo jurídico (tal como lo reclama el joven Engels en sus polémicas contra la censura),[19] es la encarnación de la Libertad racional. La Libertad racional es la que se realiza de manera concreta en el terreno de la subjetividad, toda la vida pública se conforma según la Razón. Y es en la Constitución donde debe establecerse las condiciones del desarrollo del Estado racional, que es un Estado político en sí. Engels aplicará ese concepto constitucional racional de Hegel en su ensayo sobre Arndt de 1841, donde además utiliza críticamente la abstracción como negación y el concepto crítico de Historia filosófica (Weltsgeschichte) de Hegel.[20]

  En las Vorlesungen… de 1830, no por casualidad editadas por el hegeliano de izquierda Gans, el Estado se encuentra definido como el material en que se verifica (¡o no!) el fin de la Razón, mientras su medios son las subjetividades que persiguen de manera miope sus estrechos fines particulares. El Estado posee esferas, en las que el Espíritu se diferencia al realizarse en la institución universal; Hegel contabiliza cuatro esenciales (Moralidad, Industria capitalista; Derecho privado y Ciencia de lo finito). Es decir: el joven Engels encuentra in nuce en Hegel con lo que en el futuro serán algunas de las superestructuras del Estado. Una de las esferas capitales del Staat hegeliano es la Industria, la base material que gira en torno al metabolismo e intercambio del ser humano con la Naturaleza en su forma burguesa, la producción de mercancías, en la cual, subraya Hegel, “la acumulación de riquezas puede llegar al infinito”. Estas esferas a su vez se dividen entre las distintas clases sociales, entre la cuales están repartidos todos los ciudadanos; Hegel incluso propone una escueta definición moderna de Klasse como “profesión del individuo”, una función que depende de las circunstancias. Las diferencias de clase “se manifiestan en las distintas esferas del Estado y en los negocios peculiares… Tal es el fundamento (Grund) de la diferencia de clases que se encuentra en los Estados organizados.”[21] Si existe una forma Estado, cualquiera, existen diferenciaciones de clases, “el Estado implica desigualdad” dirá Hegel, otra fórmula de gran futuro en Engels y en la teoría marxista de la extinción del Estado. No solo eso: la división del trabajo histórica es para Hegel, otra gran comprobación histórica que retomará Engels, es el origen de la Cultura. Recordemos que Hegel distingue el concepto de Estado (en tanto Poder sustancial) de las formas de ordenamiento político, que para él no son iguales. Junto con el Staat racional, Klasse también será incorporada y utilizada creativamente por el joven Engels en sus “Informes sobre Bremen” de 1841,[22] transfigurado en la tosca pero potencial categoría de “Aristocracia del dinero”, Geldaristokratie. Engels en 1841, en sus informes desde Bremen, después de utilizar el concepto de clase Geldaristokratie, afirma que “la Aristocracia se resiste al Estado racional (vernünftigen Staat)”, explicando la propia dinámica de la lucha de clases en el Senado de la ciudad, entre la nueva burguesía comercial e industrial y la vieja aristocracia financiera-mercantil. En 1840, en uno de sus informes desde Bremen,[23] señala las diferentes formas de organización de clase de los obreros franceses y los trabajadores bremenses. Pero Engels encontrará algo más en Hegel en cuanto a la forma republicana de Estado, ya Hegel afirmará escandalosamente en sus lecciones que “el concepto de Libertad, en su abstracción, exige la forma de República”, ya que teóricamente “es la única Constitución justa y verdadera.” Entendemos porqué el joven Engels ya no necesitará la retórica confusa republicana de Börne y la Joven Alemania. Ha llegado al punto de no retorno de entender que en Hegel no hay Historia sin Conciencia. Y la Necesidad solo puede ser superada después de haber sido reconocida.

  En un raro racconto de autointerpretación en 1851, Engels recuerda indirectamente estos años de hybris dialéctica; escribe que “después de la muerte de Hegel, su Escuela no se detuvo allí. El sector más avanzado de sus partidarios sometió a la prueba de una crítica rigurosa todas las creencias religiosas, y conmovió hasta los cimientos el edificio venerable del Cristianismo. Además, desarrolló concepciones políticas de una audacia todavía inconcebible para los alemanes, y procuró honrar el recuerdo de los héroes de la primera Gran Revolución francesa.”[24] Un excelente y fiel retrato del Engels joven-dialéctico.



NOTAS:

[1] Las mayorías de las biografías, incluidas las llamadas “intelectuales, de Mayer a Gemkow, de Stepanova a Carver, no llegan a captar los momentos de apropiación y transfert de Hegel en el joven Engels. Algunas pasan el período anterior a 1841 rápidamente y sin clarificar el tipo de asimilación y cómo reconfigura Engels las determinaciones y el método dialéctico.

[2] “Das junge Deutschland”: nombre de un movimiento literario de jóvenes poetas de mentalidad liberal durante el período Vormärz, que, inspirado por la Revolución de Julio en Francia, se dedicó al periodismo a partir de alrededor de 1830 y cuyos escritos fueron prohibidos en 1835, por decisión del entonces parlamento de los Príncipes de Alemania. El nombre “joven Alemania” apareció por primera vez en la obra de Heinrich Laube, pero se hizo popular a través de Ludolf Wienbarg, que introdujo sus Campañas Estéticas de 1834 con las palabras programáticas: “A ti, joven Alemania, dedico estos discursos, no a los viejos”. Se oponían a las políticas restauradoras y reaccionarias de Metternich y los príncipes de la Confederación Alemana. Defendieron las libertades democráticas, la justicia social y la superación de las ideas religiosas y morales anticuadas. Rechazaron el idealismo del clasicismo y el romanticismo como apolíticos y atrasados; la literatura no podía ser elitista, sino que debía llamar la atención sobre los agravios sociales y políticos. Se vieron a sí mismos como herederos y continuadores de la ilustración y se convirtieron en los pioneros literarios de la Revolución liberal-burguesa de 1848/49. En términos ideológicos, fueron influenciados por Hegel y por el socialismo utópico de Saint-Simon. En términos de política nacional, la mayoría de ellos esperaba la unidad de Alemania en forma de República y así la superación del Feudalismo.

[3] En: MEGA I/3, Karl Marx and Friedrich Engels. Gesamtausgabe. Berlin: de Gruyter, 1974, p. 863.

[4] En: Karl Marx-Friedrich Engels-Werke, Band 8, “Revolution und Konterrevolution in Deutschland”, pp. 15-16; Dietz Verlag, Berlin/DDR, 1960; en español: “Revolución y contrarrevolución en Alemania”; en: C. Marx-F. Engels; Obras escogidas, I, Editorial Progreso, Moscú, 1974, pp. 316-317.

[5] Carl Ludwig Börne (1786-1837): filósofo, ensayista y periodista alemán, crítico de literatura y teatro; es considerado un pionero de la Crítica literaria en Alemania debido a su escritura incisiva e ingeniosa. En 1804 se matriculó en Berlín en Medicina, pero también asistió paralelamente a cursos filosóficos con Steffens y Schleiermacher. Después comenzó a estudiar Jurisprudencia para finalmente doctorarse en Filosofía en 1808, con un ensayo sobre el Dinero: Von dem Gelde. Militó en la Masonería alemana, perdió su fe judía y se convirtió al Protestantismo, cambiando su nombre de Juda Löw Baruch a (Carl) Ludwig Börne. Se estableció en París en 1830 y comenzó a escribir para el Allgemeine Zeitung, y fue considerado miembro destacado entre el movimiento de la “Joven Alemania”; sus Cartas desde París, escritas entre 1830 y 1833 en correspondencia con Jeanette Wohl, derivaban de la “Revolución de Julio” parisina, la necesidad de una revolución similar o más profunda en Alemania. En 1832 fue invitado al Festival liberal de Hambach como invitado de honor, además hizo duras críticas contra Goethe, Menzel y Heine (con quien inicialmente fue amigo). Intentó establecer una amistad franco-alemana. Börne fue muy importante y decisivo en la primera etapa de formación político-filosófica de Engels.

[6] En: op. cit., p. 16 y 317 respectivamente.

[7] “Karl Beck”; en: Engels antes de Marx. Escritos (1838-1843); El Viejo Topo, Barcelona, 2020, p. 79.

[8] “Signos retrógrados de los tiempos”; Engels antes de Marx. Escritos (1838-1843); El Viejo Topo, Barcelona, 2020, p. 86.

[9] Op. cit.: , p. 99.

[10] Op. cit.: p. 103.

[11] Op. cit.: p. 104.

[12] Engels confesará en 1839 que “Strauss me ha traído por el estricto camino del Hegelianismo.”

[13] Springer A. H.; Die hegelsche Geschichtsanschauung: eine historische Denkschrift, Fues Verlag, Tübingen, 1845, p. 6.

[14] Por ejemplo Pierre Leroux, muy admirado por la misma izquierda hegeliana, a quién el joven Marx calificará de “genial”.

[15] “Paisajes”; en: Engels antes de Marx. Escritos (1838-1843); El Viejo Topo, Barcelona, 2020, p. 149.

[16] “Vida literaria moderna”; op. cit., p. 111 y ss.

[17] “Ernst Noritz Arndt”; en: Engels antes de Marx. Escritos (1838-1843); El Viejo Topo, Barcelona, 2020, p. 220.

[18] “Informes desde Bremen”; en: op. cit., p. 175.

[19] “Sobre la crítica de las leyes de prensa prusianas”; en: Engels antes de Marx. Escritos (1838-1843); El Viejo Topo, Barcelona, 2020, p. 420.

[20] „Ernste Moritz Arndt“; op.cit.; p. 210.

[21] Hegel, Georg Wilhelm Friedrich: Vorlesungen über die Philosophie der Weltgeschichte: Die Vernunft in der Geschichte, Band I: Die Vernunft in der Geschichte; Meiner Verlag, Hamburg, 1994, pp. 118-119.

[22] “Informes desde Bremen”; en: op. cit., p. 165. Muchos biógrafos de Engels remarcan el carácter decisivo en su desarrollo intelectual y político de su estancia en Bremen, por ejemplo Gemkow o Mayer.

[23] “Reportes de Bremen”; en: Engels antes de Marx. Escritos (1838-1843); El Viejo Topo, Barcelona, 2020, p. 206.

[24] Engels, Friedrich: “Revolution und Konterrevolution in Deutschland“; en: Karl Marx, Friedrich Engels; Werke, Band 8, August 1851 bis März 1853, Dietz, Berlin, 2009, p. 108.

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martes, junio 02, 2020

Un cadáver en el canal: el Asesinato de Rosa




 Sobre un reciente libro de Klaus Gietinger[1]


Por Nicolás González Varela








“Solo esto es la verdadera Esencia del Socialismo: hay que destruir un Mundo, pero cada lágrima que pudiera haber sido evitada es un crimen; y la persona que, corriendo a realizar ‘actos importantes’, inadvertidamente pisotea aunque sea a un pobre gusano, es culpable de un crimen”. (Rosa Luxemburg, 1918)


    Los visitantes que llegan hoy al Berlin-Mitte pueden pasear por la AlexanderPlatz,  echar un vistazo al imponente teatro Volksbhüne diseñado por Oskar Kaufmann, construido en 1914 y reconstruido después de 1945, al cine Babylon diseñado por Hans Poelzig y seguramente quedarán desconcertados al notar bajo sus pies una serie de palabras forjadas en metal incrustadas en forma de zigzag formando ángulos sobre el pavimento. Si nos acercamos, notamos que los que se nos revela es en realidad una instalación artística que forma parte de un monumento histórico, uno más de los tantos que Berlín exhibe. Estamos en la Rosa Luxemburg Platz. Esta es un poco particular: se compone de citas escritas a finales del siglo XIX y principios del siglo XX por una tal Rozalia Luksenburg, mejor conocida como Rosa Luxemburgo. Una personalidad que ni siquiera es alemana, una pensadora militante revolucionaria, socialdemócrata (cuando estas palabras significaban algo), que no dudó en criticar a las vacas sagradas del Socialismo del 1900, de Bernstein a Kautsky pasando Jaurés y Lenin, que no dudó en preferir la cárcel y finalmente el Gólgota a rebajar su Ética socialista.

    Hay que decirlo claro: sus libros son inhallables o están agotados. La última pasión febril sobre su pensamiento nació y murió con el 1968 europeo. Paradójicamente en Alemania continúa siendo una figura popular, una heroína de dimensiones nacionales, un ejemplo alternativo tanto a la fallida antiutopía de Stalin como al Neoliberalismo del capital. Y Rosa “La Roja” es popular tanto en el este como en el oeste. La parábola de su vida y muerte fue llevada al cine por la directora Margarethe von Trotta en 1985, con Bárbara Sukowa como Rosa, en un film multipremiado, aunque la retrataba como una heroína liberal y feminista y diluía su alma revolucionaria socialista; su figura volvió al espectáculo del music hall, una obra llamada simplemente Rosa que en Berlín agotó rápidamente las localidades. En cada aniversario de su muerte militantes de la izquierda, desde anarquistas a la nueva Die Linke e incluso liberales, le rinden un silencioso homenaje con flores en el cementerio Friedrichsfelde. La damnatio memoriae sobre Rosa comenzó en 1933: un ignominioso 10 de mayo de 1933, el ministro de propaganda del IIIº Reich Goebbels, que había bautizado a todos sus hijos con la letra “H” en honor a Hitler, hizo planificadamente que se quemasen “espontáneamente” miles de libros de autores con espíritu anti alemán en plazas y universidades, incluida la del Rektor-führer Heidegger en Freiburg, en un lugar preferencial se encontraban las obras completas de Luxemburg y Liebknecht. La incineración de su pensamiento en papel completaba la damnatio memoriae burguesa, con catorce años de diferencia y demora, el aniquilamiento de su persona en carne y espíritu. Y en la alevosa falta de justicia por su violenta muerte política.

    El historiador y escritor Jörn Schütrumpf, que vive en Berlín, es director gerente de la editorial Karl-Dietz Verlag (que edita a Marx), editor de la compilación de sus textos, Rosa Luxemburg: Der Preis der Freiheit (Rosa Luxemburg: el precio de la Libertad),[2] que abre con una cita del agudo Karl Kraus, que a su vez re-cita el malogrado Benjamin: “El Comunismo, en cuanto realidad, sin duda es solamente el compañero de su ideología ultrajadora de la vida, pero tiene un origen ideal que es, por cierto, más puro; es un medio funesto en busca de una meta ideal y más pura. Lleve el Diablo su praxis, pero, en cambio, que Dios nos lo conserve en su condición de amenaza constante sobre las cabezas de quienes tienen bienes; ésos mismos que, para preservarlos, envían implacables a los otros a los frentes del hambre y del honor patrio, mientras que pretenden consolarlos diciendo y repitiendo que los bienes no son lo más importante en esta vida. Dios nos conserve siempre el comunismo para que, ante él, aquella chusma no se vuelva aún más desvergonzada; para que la sociedad de aquellos únicos autorizados para disfrutar, que cree que las gentes sometidas a ella tienen ya amor bastante cuando de repente les contagian la sífilis, se vea al menos, cuando va a dormirse, atenazada por una pesadilla. Para que al menos pierdan el deseo de predicar moral ante sus víctimas e incluso de hacer chistes sobre ellas.”[3] Afirma con razón que muchos de los que hoy se identifican con su figura, lo hacen impresionados por su cobarde asesinato y no tanto por la comprensión fiel de sus ideas políticas, la mayoría incómodas y heterodoxas. Rosa compone, junto con Marx, Gramsci y el Che, los ideales utópicos que nunca han perdido ni perderán vigencia, símbolos unánimes: “Uno de ellos que casi siempre forma parte de todo esto, pero en cierto modo flota en el aire por encima de todo, y por tanto frecuentemente se olvida su mención, es un judío alemán de la ciudad de Tréveris: Karl Marx. Junto a él quedan solamente las imágenes de tres seres humanos, que son mostradas en casi todo lugar: la de una judía polaca, asesinada de forma bestial en Alemania; la de un argentino, que cayó el año de 1967 en Bolivia en las garras de sus asesinos; y la de un italiano, liberado por los fascistas en 1937, después de diez años de encarcelamiento para dejarlo morir: Rosa Luxemburg, Ernesto Che Guevara y Antonio Gramsci… Los tres no solamente materializan esa congruencia poco común entre la palabra y la acción. Los tres representan también un pensamiento propio, que no se sometió a doctrina o aparato alguno. Y: los tres pagaron por sus convicciones con la vida. Fueron llevados a la muerte no por sus contrarios en el propio campo, sino por el enemigo, lo que no era normal en absoluto en el siglo XX.” Rosa tiene algo en común con Gramsci y Marx: nunca se encontraron en una situación en la que se prestaran al ejercicio del poder de Estado, nunca se obligaron a aplicar de manera reaccionaria una Realpolitik o en que sus manos quedaran manchadas por participar en un régimen dictatorial o totalitario. Ernesto Che Guevara sigue hasta hoy en día avivando la imaginación de la juventud; Gramsci impresiona desde hace décadas sobre todo a los académicos; sin embargo de Rosa, la más multifacética y profunda de los tres, la mayoría sólo conoce vagamente su nombre y lo que le ocurrió, pero no su pensamiento, ni su obra.

    Su biógrafo inglés Nettl señaló que sus ideas “pertenecían al lugar donde la Historia de las ideas políticas se enseña con seriedad”. El gran filósofo Lukács dijo que su obra “muestra el último florecimiento del Capitalismo alemán… los caracteres de una siniestra danza de la muerte”. Lenin, uno de sus opositores dentro de la Socialdemocracia europea de entonces, la definió como “fue y es un águila en obra y pensamiento”. Trotsky decía que detrás de una amenidad femenina surgía una “poderosa mente y gran oradora de masas”. La politóloga conservadora Arendt tenía la esperanza de un reconocimiento tardío de “quién fue y qué hizo, así como también, de que por fin tendrá su lugar en la educación de los científicos políticos en los países de Occidente”. El fundador de la socialdemocracia alemana y amigo-biógrafo de Marx y Engels, Mehring, que murió apenado poco después de su asesinato, dijo que era “la cabeza más genial entre los herederos científicos de Engels y Marx”.

    Lo cierto es que Rosa comenzó su militancia en un pequeño partido socialista sin país soberano, el Partido Socialdemócrata del reino de Polonia y Lituania (SDKPiL). Luego de la revolución rusa fallida de 1905, Rosa fue acusada de “terrorista” y abandonó la Polonia zarista hacia Finlandia para recalar en Suiza, en aquel tiempo el país más libre del Mundo: ¡incluso las mujeres tenían derecho a estudiar! Allí hizo dos doctorados simultáneos, Economía y Derecho, descubrió a un tal Marx y se hizo marxista crítica. Frecuentó los círculos políticos de emigrados de toda Europa, de rusos a polacos, pasando por italianos y austrohúngaros. Las autoridades en Alemania no la tenían registrada como Rosa Luxemburgo, sino como “Rosalia Lübeck”. Mediante un matrimonio de conveniencia con un hijo de inmigrantes socialistas, la economista de 27 años, recién graduada del doctorado en Zúrich, había conseguido la nacionalidad alemana. Nacionalidad muy importante para su protección jurídica en la militancia política clandestina en Polonia. Rosa era políglota: hablaba y escribía el idioma alemán mejor que la mayoría de los alemanes. Ni hablar de todos los otros idiomas que dominaba: ruso, francés, inglés e italiano.

    Se afilió al partido-guía de la socialdemocracia europea, un gigante miope con pies de barro llamado Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD), la organización más numerosa de Occidente, lleno de luminarias y rápidamente se ganó un nombre como teórica en el ala izquierda del partido. Al principio Rosa simplemente intentaba aplicar la letra de Marx y Engels a la táctica del partido que llevaba como “doctrina oficial” al marxismo, sin mucha creatividad, pero en 1899 llegó su fama como polemista y teórica con el artículo contra el revisionismo teórico de Bernstein, colaborador de confianza de Engels, albacea testamentario, considerado uno de los máximos teóricos del Socialismo en la época. Rosa era una mujer pequeña, de apariencia física nada favorable; un cuerpo notoriamente menudo, poco equilibrado y simétrico, con un andar defectuoso debido una enfermedad en su cadera. Su rostro, aunque con ojos muy vivaces y despiertos, mostraba casi siempre una sonrisa melancólica, insegura. Tenía tendencia a la introspección. Su nariz era un poco larga para el modelo femenino del siglo XIX. Para empeorar las cosas era polaca (en aquella época los palestinos europeos) y además de ascendencia judía… ¡Y con ideas de izquierda! ¡Un escándalo!

    Dirigente y teórica del modelo socialdemócrata del sigo XIX, el SPD alemán, persona non grata en los círculos del Poder, fundadora del Partido Comunista alemán, crítica de todo Socialismo burocrático y autoritario, brillante intelectual marxista heterodoxa (subrayado), una pensadora multidimensional, como nos lo recuerda en el prólogo a sus obras completas el editor Peter Hudis.[4] Además pedagoga revolucionaria: paralelamente a su praxis como escritora y conferencista, Rosa era además una verdadera maestra. Y lo era, en la escuela central del SPD en Berlín, inaugurada en 1906, y su materia era Nationalökonomie, la Economía Política capitalista, cuyo agudo curso preparado para obreros podemos leerlo en español.[5] Allí Rosa reconocía que la Economía Política “es una Ciencia extraña” porque no tiene un objeto definido. A partir de 1911 además Rosa enseñará un curso de Historia del Socialismo, reemplazando al biógrafo de Marx, Franz Mehring. Al principio Rosa simplemente intentaba aplicar la letra de Marx y Engels a la táctica del partido que llevaba como “doctrina oficial” al Marxismo, sin mucha creatividad, pero en 1899 llegó su fama como polemista y teórica Fue gracias a su intervención en la llamada Revisionismusdebatte, una discusión a nivel casi mundial sobre la aparente crisis y caducidad del Marxismo comenzada por Eduard Bernstein en Alemania. Bernstein no era un diletante ni un francotirador externo: había sido colaborador de confianza de Engels, albacea testamentario del Nachlass marxiano y caprichoso editor, considerado uno de los máximos teóricos del Socialismo en la época, una vaca sagrada intocable de la Nomenklatura del SPD. El debate dio lugar a la más severa y penosa crisis final de la gloriosa socialdemocracia europea: todos los pensadores y militantes se congregaron en el campo de batalla. En Alemania encontraremos a Parvus, Kautsky, Mehring, Bebel, Clara Zetkin: en Rusia Plejanov y Lenin; en Italia el filósofo Antonio Labriola y Croce. Aunque Rosa dentro del SPD estaba confinada a la propaganda y agitación en los territorios del este del Elba (de lengua polaca) logró que lo publicara a regañadientes en entregas el diario socialista local, Leipziger Volkszeitung, una obra culmen: Sozialreform oder Revolution? (¿Reforma social o Revolución?, 1888/9). ¿Qué era el Revisionismo? Básicamente el pathos revisionista se sintetizaba en una fórmula del propio Bernstein, que decía “El fin del Socialismo, sea cual fuera, no es nada; el movimiento lo es todo”. Como notaría Luxemburgo (y mucho más tarde Lenin) el revisionismo pretendía desmontar a Marx desde dentro, pero a pesar de su relativa homogeneidad en el fondo no era una contra teoría nueva y crítica, un sistema alternativo serio y científico, sino una amalgama superpuesta, una síntesis de diversos elementos procedentes de críticas burguesas y conservadoras realizadas a Marx desde 1867. Luxemburg comparó al Revisionismus con un “enorme montón de escombros”, en los que los fragmentos y retazos del pensamientos burgués y reaccionario, hallaban una sepultura común.  El Revisionismo teórico tenía una base bien material, absolutamente anclada en el mundo de la vida: primero una época excepcional de expansión del Capitalismo en cuanto al contexto histórico; en segundo lugar un estrato dentro de la Socialdemocracia de funcionarios, diputados parlamentarios, asesores y “liberados”, representantes en la administración local y una plantilla permanente de “cuadros” político-burocráticos. Como lo demuestran las propias estadísticas los “representantes” del Proletariado marxista eran comerciantes, pequeños empresarios, funcionarios, abogados y notarios, profesores universitarios y periodistas de profesión. Su formación política era muy ecléctica, con más influencia del Sindicalismo y de la corriente fabiana que de Engels y Marx. Estratos sociales particularmente receptivos al mensaje de un Socialismo evolutivo, reformista y legalista con el status quo, y todavía atrapado dentro de la jaula de hierro del Nacionalismo burgués. Los rasgos básicos del Revisionismo se los puede resumir en seis puntos homogéneos a todos los autores: 1) en lo económico se eliminaba la Teoría del Valor y de la Plusvalía; 2) en lo filosófico se apoyaba en la Filosofía neokantiana, rechazando la herencia hegeliana y el Materialismo tout court; el objetivo más importante en esta operación crítica era el ataque contra el concepto de Dialéctica; 3) en la concepción de la Historia se rechazaban la teoría de los estadios de las formaciones económico-sociales y los cortes y saltos violentos (lo que se correspondía con la idea de un Proceso evolutivo de la sociedad, de lo viejo a lo nuevo, de una manera gradual y pacífica); 4) políticamente le correspondía, como corolario natural,  un Reformismo consecuente y resistencia epistemológica contra la idea de violencia y Derecho a la revolución (“Socialismo de destrucción” le llamaba el revisionista ruso Struve a las ideas de Marx); 5) con respecto a la transición al Socialismo, se oponía a la teoría de Marx de la Dictadura del Proletariado como medio más eficaz de paso del Capitalismo al reino de la libertad (un “atavismo” según Bernstein); 6) la consecuencia táctica era obvia: para los revisionistas lo único real y racional era la praxis inmediata, el sostenimiento de la forma de Estado burguesa, el afianzamiento del día a día parlamentario, la colaboración y alianza interclases. La Socialdemocracia, como sostenía Bernstein, era la continuadora histórica del Liberalismo político: “no hay ninguna idea liberal que no pertenezca también al bagaje ideológico del Socialismo”. La conclusión de su razonamiento no dejaba lugar a dudas: el partido socialdemócrata debería tener el valor de “emanciparse de una fraseología que, de hecho, ha quedado obsoleta y adoptar la apariencia de lo que realmente es: un partido democrático-socialista de reforma”. Al Standpunkt del revisionismo Rosa le contestó con una superación diríamos hegeliana: Reforma y Revolución, elementos inseparables: “Para el Socialismo la reforma social y la revolución social forman un todo inseparable… Bernstein aconseja el abandono del objetivo final de la Socialdemocracia, la Revolución social, y convertir el movimiento de reforma, de un medio que siempre fue, en el fin de la lucha entre clases… pero como quiera que el Objetivo final (Endziel) es precisamente lo único concreto que establece diferencias entre el Movimiento socialista y la Democracia burguesa y el Radicalismo republicano burgués… al discutir esta postura  con Bernstein y sus partidarios no se trata, en último extremo, de ésta o aquella manera de luchar, de esta o aquella táctica, sino de la entera vida del Movimiento socialista.” Rosa había descubierto el efecto aniquilador del Revisonismus: conservar o no el carácter proletario en las organizaciones socialistas. Lo más grave no eran tanto los consejos prácticos sino el trasfondo objetivo que presentaba, con aires  científicos, del movimiento objetivo de la sociedad capitalista.  Era este diagnóstico estratégico optimista en las sombras del cual se derivaban las opiniones y consignas tácticas. Y el diagnóstico se asentaba en un Método oportunista, die opportunistische Methode, como le llamaba Rosa. Básicamente este Método de reflexión era más o menos la reacción y negación de las premisas básicas científicas del Socialismo que residían en El Capital. Si Marx había demostrado, al nivel lógico e histórico, que los resultados del desarrollo del Capitalismo eran la Anarquía (Anarchie) creciente de su Economía, la progresiva Socialización del proceso de producción (Vergesellschaftung des Produktionsprozesses) y una mayor conciencia de clase de los trabajadores y paralelamente en sus formas de organización (die wachsende Organisation und Klassenerkenntnis des Proletariats), el Revisionismo negaba en el mismo acto la validez de la Ley de Valor y la necesidad objetiva “la justificación del Socialismo basada en el curso del desenvolvimiento social y material de la sociedad”. El dilema de hierro era que o bien la Revolución se concebía como resultado de las contradicciones internas, en su propia historische Notwendigkeit, “del propio Orden capitalista, contradicciones que aumentan al desarrollarse éste haciendo el derrumbe inevitable, no importa el momento ni la forma en que se presente” o, como sostiene el Revisionismo el Capitalismo desarrolla “medios de adaptación” que no conocía Marx en el siglo XIX (crédito de consumo, medios de comunicación, carteles y trusts de empresas) y que son capaces de evitar y superar las contradicciones internas (inneren Widersprüchen der kapitalistischen Ordnung), evitar las crisis cíclicas, esquivar su hundimiento, con lo que “entonces el Socialismo de ser una necesidad histórica, una historische Notwendigkeit, pudiendo ser luego todo lo que quiera, pero nunca el desarrollo material de la sociedad (ein Ergebnis der materiellen Entwicklung der Gesellschaft)”. Al llegar a este punto Rosa sabe que el dilema que si el Revisionismo tiene razón el Socialismo es una mera idea ética, una fantástica utopía más entre Moro, Campanella, Harrington y los falansterios. That is the question… No era casualidad que premonitoriamente ya en esta discusión el ala derecha del SPD apodara a Rosa con el calificativo de “anarcosocialista”. De manera premonitoria, Rosa había afirmado en una carta a Sonia Liebknecht que “a pesar de todo, espero morir en mi puesto, en una batalla callejera o en una prisión”.

    Sabemos el oprobioso final: fue asesinada con crueldad en 1919 por los antepasados de los nazis, las fuerzas paramilitares Freikorps, con la complicidad de parte de la dirigencia de su antiguo partido socialdemócrata. Con ella cae otro dirigente fundamental de la nueva izquierda alemana: Karl Liebknecht. Rosa fue un cadáver más en el Landwehrkanal que atravesaba Berlín. Su crimen se cubrió de impunidad. Una densa impunidad institucional de la cual se intuía demasiado, pero de la cual se sabía muy poco. Hasta ahora. La historia policial –decía Peter Brooks– es la narrativa de las narrativas, su estructura clásica desnuda la estructura de toda narrativa posible. En otras palabras, cuando el yo narrador busca pistas y reúne la información en un todo coherente, es un reflejo de nuestro propio acto de lectura. Chesterton afirmaba que él se quedaba con aquel que consagra un relato breve a afirmar que puede resolver el misterio de un asesinato, antes que con aquel que dedica un libro entero a decir que es incapaz de resolver el problema de las cosas en general. Gietinger cumple el confirma la hipótesis de Brooks y el principio chestertoniano: nos ofrece una definitiva investigación política-criminal de su violenta muerte, en un relato estilo thriller alemán, un Realkrimi, que nos mantiene conteniendo el aliento físico y moral hasta el final. Sin ninguna intención de hacer un pleonasmo, Gietinger afirma que el asesinato de Luxemburgo y Liebknecht es una de las grandes tragedias de Europa del siglo XX, ya que casi ningún asesinato político ha conmovido tanto las conciencias y ha cambiado el clima político en Alemania como el de la noche del 15 al 16 de enero de 1919 frente al hotel con el paradójico paradisíaco nombre de “Edén”. La ignominia de 1919 será el preámbulo del despertar nacionalsocialista de 1933. O como dice Gietinger: “lo que los líderes del SDP no entendieron al hundir el cuerpo de Luxemburgo en el Canal Landwehr, es que estaban hundiendo la República de Weimar junto con él”.

    El libro se estructura a partir del estado de shock social en las postrimerías de 1918, la sombra de la victoriosa Revolución de Octubre  rusa planeaba sobre la Alemania derrotada y en plena efervescencia consejista. En este marco, la crisis termina afectando a los partidos obreros, que empiezan a fraccionarse acompañando la polarización política y el aumento del derrumbe económico. Se presenta una situación revolucionaria ideal, tanto del lado objetivo como del subjetivo, líderes capaces y una organización llamada Liga Spartakus, pero para la burguesía nunca hay callejones sin salida. Gietinger descubre cómo el Estado en pleno naufragio desarrolla rápidamente sus propios mecanismos de reacción, político-militares, institucionales,  extra institucionales, para aniquilar el kairós revolucionario. Se movilizan tropas de asalto que llegan del frente, se constituyen los cuerpos francos, los Freikorps, anticipo organizativo de las futuras SA y SS de Hitler. No se puede consentir la caída de la capital, Berlín: el partido socialdemócrata, que ya había traicionado sus ideales votando chauvinistamente los créditos de guerra en 1914 (el único diputado en negarse fue precisamente Liebknecht) coincide con las viejas fuerzas del régimen Junker. La capital se encuentra bajo una dictadura de facto a cargo de la Garde-Kavallerie-Schützen-Division (GKSD), una unidad de élite paramilitar ad hoc, traída desde Francia, cuya misión era exterminar toda posibilidad de levantamiento popular y eliminar a los comunistas berlineses. La GKSD se transformaría en la columna vertebral de la reacción del Poder en la situación revolucionaria de 1918-1919, en los vagones de transporte con los que llegaron del frente, se leían amenazantes graffitis: “¡A Berlín! ¡Abajo Liebknecht y sus camaradas!”

    En la noche del 15 de enero de 1919 son apresados Rosa y Karl, a las pocas horas serán asesinados. ¿Quién los mató? El GKSD oficialmente anuncia que Rosa fue linchada por una turba incontrolada y arrojada al canal; en cuanto a Karl le tuvieron que disparar porque se había fugado. En pocos días la verdad fue surgiendo, el GKSD era el responsable. Pero: ¿quiénes fueron los asesinos? ¿Quién emitió la orden de ejecutarlos? Gietinger, después de escarbar en una montaña de mentiras oficiales, desvíos jurídicos y falsos testimonios, puede individualizarlos. El asesino de Rosa es el teniente naval Hermann Souchon, que subido al estribo del coche en que la transportaban, le dispara con una pistola en la sien izquierda. Ella murió instantáneamente y su cuerpo fue arrojado al canal por el oficial de transporte Kurt Vogel en el puente Lichtenstein. Son las 23:45 horas del 15 de enero de 1919. La ignominia no acaba aquí, soldados roban pertenencias personales como trofeos de guerra: su cartera con una edición de bolsillo del Fausto de Goethe, un zapato, una carta nunca enviada a Clara Zetkin. El doble asesinato había sido ordenado por Waldemar Pabst, primer oficial de personal general del GKSD, apodado “pequeño Napoleón”, quien se atribuyó orgullosamente la responsabilidad de los asesinatos en una serie de notorias entrevistas en los 1960’s, afirmando que “los tiempos de guerra civil tienen sus propias leyes” y que los alemanes deberían agradecer a ambos (a él y a Gustav Noske, ministro de defensa socialdemócrata) “de rodillas por ello, ¡construyan monumentos con nosotros y nombren calles y plazas públicas después con nuestros nombres!”. Hitler agradecería ex post el rol clave de Noske, afirmando que “era un roble entre estas plantas socialdemócratas”. Gietinger descubre que Pabst, disfrazado de civil, asiste a mítines del USPD y de Spartakus, que incluso escucha los discursos públicos de Liebknecht y Luxemburg (a la que no conocía hasta su llegada a Berlín); ellos son su auténtica Némesis. Pabst inmediatamente pone su unidad al servicio del ministro Noske; se intercepta la correspondencia de ambos líderes, se pinchan sus teléfonos, se combina el trabajo con fiscales de la extrema derecha, la pinza se cierra. Los gastos de la GKSD los sufraga el Comando Supremo del Ejército, los gastos extraordinarios son cubiertos generosamente por dos grandes industriales: Hugo Stinnes y Friedrich Minoux.

    La investigación de Gietinger no concluye aquí, hablaría mal de su libro: revelará la densa trama post-asesinatos, político-jurídica-institucional-mediática, que encubrirá a ejecutores e ideólogos, siguiendo el hilo rojo que concluye en los años 1960’s. Es la farsa de la tragedia. Su primer y apasionado biógrafo Paul Frölich, que se equivoca al identificar a su asesino,[6] decía con razón que “la prostituida Justicia y la Razón de Estado se unieron para echar tierra sobre sus asesinatos”. Hubo una serie de juicios estrambóticos en los que los líderes del SPD se pusieron de acuerdo con los asesinos, nombrando a sus colaboradores… como jueces; Gietinger los califica como “los juicios más descarados y mendaces de toda la Historia legal alemana”. Ya en la Alemania occidental de la década de 1960, cuando Pabst reveló a Der Spiegel que había ordenado el asesinato y revelado el nombre de Souchon, afirmando que “participé, en aquel entonces (enero de 1919), en una reunión del KPD, durante la cual hablaron Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. Me llevé la impresión de que los dos eran los líderes espirituales de la revolución, y me decidí a hacer que los mataran. Por órdenes mías fueron capturados. Alguien tenía que tomar la determinación de ir más allá de la perspectiva jurídica. No me fue fácil tomar la determinación para que los dos desaparecieran… Defiendo todavía la idea de que esta decisión también es totalmente justificable desde el punto de vista teológico-moral.” En el consiguiente escándalo, el gobierno federal emitió un escueto comunicado oficial en el que calificaba el doble homicidio como una “ejecución legítima” durante el estado de excepción. Quizá Gietinger tenga un pequeño fallo estructural en su escrúpulo forense: la importancia epocal y la repercusión teórico-política de los asesinatos, el “efecto mariposa” en la Izquierda histórica e incluso el propio Marxismo como Teoría crítica y Praxis de vanguardia. El propio perfil del autor restringía la capacidad de conclusiones materialistas profundas. Al no subrayarlos y establecerlos, pensando por defecto en una suerte de autoevidencia en el lector de 2019, el libro sobreestima la capacidad analítica lectora, incluso de los militantes que reivindican su pensamiento y obra. ¿Por qué fue una tragedia para la Izquierda occidental la desaparición tan temprana de Rosa y Karl? ¿Cómo hubiera impactado su Teoría crítica que combinaba acción directa con formas democráticas de base? Finalmente, Gietinger nos ofrece mucho material en su apéndice: perfiles de asesinos, cómplices y encubridores, fotos inéditas, mapas y documentos imprescindibles para comprender la tragedia.

    Rosa, hoy olvidada, es para muchos meramente icónica, lejana, extraña, pero no hay duda que su combate es y será el nuestro. Ayer, como hoy, el profesionalismo de una nueva clase de políticos profesionales e intelectuales generaba en el seno del movimiento obrero más avanzado de Occidente y en sus partidos políticos el Cretinismo parlamentario, el Oportunismo teórico y la corrupción del Poder. No sólo eso, la miseria del Parlamentarismo desarmado en Weimar abrió las puertas de par en par a la Reacción. La muerte de Rosa fue el primer acto de ascenso del Nacionalsocialismo en Alemania, el disparo de salida para formas cada vez más totalitarias. Parafraseando al historiador y biógrafo de Trotsky y Stalin, Deutscher, el crimen fue el último triunfo de la Alemania imperialista-monárquica de Bismarck y el primero del futuro IIIº Reich de Hitler. Haffner en su Deutsche Revolution 1918/19 señala con justeza que el asesinato impune de Liebknecht y Luxemburg fue el preludio de la matanza por venir, la obertura sangrienta del Nacionalsocialismo sobre Europa.

    El combate mortal de Rosa contra el Colonialismo-Imperialismo, el Estado autoritario y la guerra se desarrolló en tres frentes simultáneos, no cronológicos. Tres momentos que se entrecruzan y conforman el cénit del Pensamiento político más audaz y avanzado del siglo XX. El libro de Gietinger –y ese es uno de sus grandes méritos– nos permite reflexionar sobre la utopía de una reconstrucción abierta de Marx, nos ayuda a vislumbrar los reflejos de un posible Mundo en el cual la Izquierda realmente enarbolaba los principios de Marx encarnados en la Teoría y en la Praxis, una Izquierda en la que las ideas internacionalistas y pacifistas seguían siendo más decisivas que cualquier autodeterminación nacional o momento populista, una Izquierda en la cual el fin de llegar al reino de la Libertad era superior a cualquier cargo parlamentario, una Izquierda en la cual la Revolución proletaria no tenía ninguna necesidad del Terror, una Izquierda que “odia y aborrece el asesinato”.


[1] Klaus Gietinger: Eine Leiche im Landwehrkanal. Die Ermordung Rosa Luxemburgo, Nautilus, Hamburg, 2018. Nacido en 1955 es escritor, guionista, director de cine y sociólogo; como autor ha publicado una biografía novelada de Marx: Karl Marx, die Liebe und das Kapital, 2018; tiene una dilatada trayectoria en cine, TV y documentales, un autor multipremiado, de los cuales se destaca “Hitler vor gericht” (2009), “Wie starb Benno Ohnesorg?” (2o17), donde demuestra que el estudiante de izquierda no murió accidentalmente sino fue asesinado por la policía el 2 de junio de 1967, su último trabajo es un docudrama sobre la relación entre Marx y su sirvienta Demuth: “Lenchen Demuth und Karl Marx” (2018). Web del autor: http://gietinger.de/
[2] Edición en español: Jörn Schütrumpf, Rosa Luxemburg: el precio de la Libertad, Fundación Rosa Luxemburg-Publicaciones Oficina Región Andina, Quito, 2010.
[3] Karl Kraus: “Antwort an Rosa Luxemburg”; en: Die Fackel, November, 1920, p. 8.
[4] Rosa Luxemburg: Complete Works, Volume I, Economic writings I, Verso, London, 2013.
[5] Rosa Luxemburg: Introducción a la Economía Política; Cuadernos de Pasado y Presente, México, 1982.
[6] Paul Frölich: Rosa Luxemburgo: vida y obra; editorial Fundamentos, Madrid, 1976; aunque la biografía es de 1939; Frölich había sido designado por el KPD para realizar las obras completas de Luxemburg, planificada en nueve tomos, de los que tan solo aparecieron tres hasta 1928.

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