Armas Celestiales

En Nueva York, la firma Bonhams organizó una peculiar subasta en donde ofreció meteoritos argentinos (de dudosa procedencia), además de otro desenterrado en Chile, un fósil de México y hasta un pedazo de dos gramos que llegó desde la Luna. Los subastados pertenecían a la Colección Marcovich, la más grande de meteoritos metálicos en todo el mundo. La pieza argentina estaba valuada en 40 mil dólares. Era originaria del famoso "Campo del Cielo", zona de dispersión meteorítica, “Piguen Nonraltá”, u "Otumpa" en lenguaje aborigen, ubicada en el sudoeste de la Provincia del Chaco (Argentina). Su antigüedad es de más de 4500 años y el más común es el "Siderito clase Hexaedrita". Gracias a los estudios de William Cassidy, sabemos que una lluvia de sideritos se precipitó como parte de un cuerpo planetesimal que explotó en nuestra atmósfera sobre el Pacífico atravesando los Andes y cayendo sobre el Chaco. Los españoles llegaron a la región en 1574, apenas 82 años después del descubrimiento de América, y se encontraron con tobas o qom, mocovíes, matacos o wichís, chiriguanos, abipones, vilelas, pilagáes, y otras etnias ya desaparecidas gracias al progreso. Los conquistadores se asombraron primero al no encontrar oro y segundo por sus armas: boleadoras y puntas de flecha con hierro de altísima pureza. Interrogados, manifestaron que obtenían el hierro de un gran "peñol (saliente) de hierro", o sea: de los meteoros ferrosos (todos los meteoritos de Campo del Cielo son compuestos de hexaedrita, una aleación de hierro al 97% con 3% de níquel). En 1576, el Capitán de Campo Mexía de Miraval (que participó en la fundación de 10 ciudades y concurrió con Juan de Garay al descubrimiento del Río de la Plata), exploró la región hasta encontrar “la gran piedra de hierro”. Esperaba hacerse con ingentes cantidades de hierro a escaso costo y con mano de obra esclava. El metal para armas y suministros debía ser traido trabajosamente desde España (y la siderita sólo se encontraba en yacimientos catalanes), y el descubrimiento de un afloramiento a ras del suelo resolvería muchos de los problemas logísticos del dominio español. En el trayecto la expedición se "topo una nazion de yndios chiriguanales que comían carne humana" (Mexía de Miraval, 1584). En 1774, alentado por ilusiones de riqueza, Bartolomé Francisco de Maguna recorrió cuidadosamente la misma zona, preguntando sobre metales, minas y oro. Encontró una enorme masa de metal grisáceo, cuyo peso fue estimado en más de 23 toneladas. Extrajo muestras que hizo analizar por maestros herreros, comprobando que era "fierro de muy particular calidad". Pedro de Cevallos, virrey del Río de la Plata, en 1779 comisionó al Sargento Mayor Francisco de Ibarra para que se hiciera con la masa de mineral a como diese lugar. Los españoles intentaron traer a Buenos Aires a un meteoro pero no lograron, sólo pequeños fragmentos, algunos de los cuales los vió el mismo Carlos III. Será recién la expedición de Diego de Rueda (1803) la que logrará traer un fragmento a Buenos Aires de más de 1000 kg. La historia continuó. España fue invadida por Napoléon, los patriotas de Buenos Aires decidieron dar un miniputsch y se declararon independientes de la Corona; España reaccionó militarmente y se desató la Guerra por la Independencia, sucia, larga e ignominiosa (un Vietnam del siglo XIX), donde lo que faltaba en ambos bandos era hierro para las armas. Y los patriotas reflotaron el viejo proyecto: fundir sideritos para las armas revolucionarias. La primera fábrica de armas de los rebeldes sudamericanos, dirigida por Esteban de Luca, utilizó aquel fragmento de aerolito para fabricar fusiles meteóricos y pistolas extraterrestres. Luca, hijo de inmigrantes italianos, era militar, ingeniero, escritor y periodista, murió ahogado en el naufragio del buque inglés Agenoria, y seguramente era plenamente consciente como poeta de la imbatibilidad del armamento galáctico de los rebeldes argentinos...

Que vá á destruir

A quantos tiranos

La osan oprimir.