martes, junio 20, 2006

Proust: la crisis del sujeto

"He tenido la desgracia de comenzar un libro con la palabra 'yo'", escribió Valentin Louis Georges Eugène Marcel Proust, "y se pensó de inmediato que, en lugar de proponerme el descubrimiento de leyes generales, me estaba analizando a mí mismo, en el sentido más individual y detestable de la palabra"... (Journées de lecture). Una autorreflexión que ahora podemos comprobar, una angustia de su propia creación palpable en las nerviosas correcciones de las "galeras" de imprenta del libro de los libros. Según nuestro Antonio Machado "el documento póstumo más interesante del ochocientos". "En busca del tiempo perdido" pasó a la posteridad "a pesar" de todo pronóstico, contra el viento y la marea del mercado editorial de principios del '900. Su "opera magna" tuvo un influjo inversamente proporcional a su número real de lectores. Tiene un record histórico: en el 2000 se remataron en la sala de la benemérita Christie's las "galeras" (corrected proofs) de imprenta de "Combray" y "Un amour de Swann" a un precio astronómico: 663.750 libras. Marca inigualada para una obra de literatura en idioma francés. Extensamente re-escritos, los documentos son, junto con sus cuadernos ("cahiers"), manuscritos y "wastebooks" ("carnets" deliciosamente dibujados, no perderse el bello libro de Sollers aún sin traducir), el nervioso testimonio de su trabajo final con el editor Grasset. La dueña de esta memorabilia del laboratorio proustiano es la familia suiza Bodmer, fundadora y generosa mecenas de la Biblioteca Bodamericana, que posee una biblioteca pública en Ginebra. Rebosante de notas adicionales, addendas, suplementos, tachaduras, sugerencias del editor, añadidos y correcciones de estilo, las galeras nos devuelven la imagen de un autor obsesivo, meticulosos e incapaz de desprenderse de una obra que intentó captar la realidad esencial y acabó plasmando la crisis terminal de un canon y la decadencia de un mundo que desapareció en las trincheras de 1914. De la angustia tipográfica y las vacilaciones semánticas de Proust, hijo de un acaudalado médico católico y de una dama de la alta burguesía judeo-francesa, dan buena cuenta las innumerables anotaciones e incluso sus famosas "mes paperoles" cuando ya no le quedaba espacio en blanco. En una carta del 12 de abril de 1913, dirigida a J. L. Vaudoyer, le confiesa: "estoy completamente ocupado en corregir mis primeras pruebas. Nuevas galeras me llegan todos los días, pero todavía no he devuelto ninguna... mis correcciones van demasiado lejos (espero tener la voluntad de terminarlas) son muchas más de lo que esperaba. No ha quedado una línea de cada veinte del texto original (he re-escrito todo). Tacho todo, corrigiendo busco espacios en blanco, y cuando no tengo pego pedazos de papel arriba, abajo, a la izquierda y derecha..." El desasosiego de enfrentarse a los constantes envíos de la imprenta y a los apremios del calendario del editor Bernard Grasset (dudoso que se prestigiara su catálogo, a pesar que el libro lo pagaba Proust mismo) se entremezclaban con el autoaislamiento à lá Ruskin y la indiferencia del mundillo académico-literario. El narrador evoca en la primera parte, "Por el camino de Swann", dividido en tres: "Cambray" (que se subdivide en "Uno" y "Dos"), "Unos amores de Swann" y "Nombres de tierras: el nombre", los veraneos familiares en la localidad de Illiers (cerca de Chartres), pueblo de su padre, que ha pasado al imaginario literario con el nombre universal de Combray. Y no sólo de la literatura: desde 1971 Illiers lleva como nombre oficial el de "Illiers-Combray" (o sea la ficción alcanzó la realidad, como siempre sostuvo Graham Greene) y es lugar de peregrinaje sentimental, gastronómico y topográfico de fervorosos creyentes proustianos. En Combray empieza la aventura con aquella frase vulgata: "Mucho tiempo he estado acostándome temprano" que desconcertaba a editores como Gide, a editoriales curtidas como Gallimard o Fasquelle y a la mayor parte de los salones literarios (incluida la "N.R.F.").
Cronista mundano, comprometido políticamente con su tiempo (furioso "dreyfusard"), místico nihilista de la irreversible decadencia de Europa, ¿historiador involuntario?, sus recuerdos desmenuzan la personalidad de los que lo rodeaban con un virtuosismo no exento de dificultades, de latente sexualidad ambigua, de un realismo no deseado, como lo demuestran los nerviosos cambios "in progress" en las pruebas de imprenta. Como decía Strindberg de sí mismo hablando en tercera persona, Proust no llegó a ser jamás él mismo, jamás algo en sí, jamás un individuo completo". Apartado de las frivolidades mundanas de la clase alta parisina desde 1906 (influencia de Ruskin y Nietzsche), a la muerte de sus padres, en especial de Madame Proust, y después de los experimentos juveniles, los ensayos, las recomposiciones y la novela inconclusa Jean Santeuil (abortada en 1904 y escondida en un cajón de su cómoda por no encontrarle un final moderno, por cierto un heroe claramente cortado con las tijeras de Victor Hugo), Proust comienza a los treinta y cinco años el trabajo en el que expresará y agotará toda su existencia, "qua" material como literaria. En las galeras tacha, suprime, adiciona (muchísimo) interlíneados nuevos y modifica sin cesar adjetivos de una prosa destinada a inaugurar el lenguaje narrativo moderno y clasusurar (junto con el fin de la Primera Guerra Mundial) la continuidad con el "Gran Stil" de fin de siglo. Tantas correcciones y especialmente adiciones acabaron formando un nuevo texto sin publicar; una suerte de manuscrito inédito (¿otro Proust?) que revela el proceso creativo de un espíritu hipersensible, ya jaqueado por el asma que padecía desde los nueve años y la caída del "Ancien Regime". Rico y nervioso, caprichoso homosexual con "spleen" (se escondía bajo múltiples seudónimos, uno que caracterizaba su elección sexual era justamente le Saturnien), destilando "dandysme", elegante, inteligente (aunque para sus contemporáneos un "dilettante" imitador de France y Bourget obsesionado por la alta sociedad) pero lleno de escrúpulos acerca de su valía, traductor irregular, Proust sublimó sus debilidades para convertirse en guardián de la memoria. Llevó a la (su) autobiografía, en su perspectivismo lírico-analítico, a una autoconciencia moderna sobre la moral, el yo y la propia vida. Al rememorar su vida, fue transformándola en su propia obra, hasta que ambas resultaron inseparables y autoreferenciales. Trouvillel será la mítica Balbec, la real y deseada Marie de Benardarki el prototipo de Swann, el rio Loir el imaginario Vivonne... La realización quedará inconclusa, y el plan original de siete libros, quedarán editados por su mano sólo los primeros cuatro ("Por el camino de Swann", "A la sombra de las muchachas en flor", "El mundo de los Guermantes", "Sodoma y Gomorra"), todos publicados y re-publicados entre 1913 y 1922. Los tres últimos ("La prisionera", "Albertina ha desaparecido", "El tiempo recobrado", que cerraba la circularidad arquitectónica proustiana) aparecerán póstumos entre 1923 y 1927. Concluida la "Gran Guerra", el retrato humano y la redención del tiempo interior dejará lentamente paso a la recuperación de las sensaciones, olores, sabores que marcaron el tiempo no-adulto, incluso el desarrilamiento de la homosexualidad, la rivalidad entre burgueses en ascenso y aristócratas, incluso las líneas políticas en fricción (radicalismo, legitimismo). Bardamu (Céline) decía irónicamente en "Voyage ..."que "Proust, que era un medio aparecido, se perdió con extraordinaria tenacidad en la infinita y diluente futilidad de ritos y andaduras que se enroscan alrededor de las gentes de mundo, gentes del vacío, fantasmas del deseo, bacantes indecisas, siempre a la espera de su Watteau, buscadores sin entusiasmo de improbables Citereas". La organización social moderna es un atentado victorioso contra la plenitud de la vida, es su férrea represión bajo un mecanismo inexorable y anónimo, que extingue ese resplandor único e irrepetible en que la vida podría dejar traslucir su sentido (Magris). Como decía el primer Nietzsche, la vida ya no puede residir en la totalidad, en un Todo orgánico y completo. Justamente: la esencia misma de la décadence. La anarquía de átomos que desbarata toda jerarquía de lo real. La terrible cuestión de si la vida misma es habitable y si esa pregunta tiene hoy algún sentido. La demostración, además, de que no hay "temps perdu", de que no es válida aquella máxima proustiana que sentencia que los recuerdos desaparecerán "cuando el deseo de un cuerpo vivo no sepa ya custodiarlos", ni siquiera para las nerviosas correcciones de última hora de un autor desesperado por los tiempos mundanos de la coronación del escritor.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

hermosísimo!

12:14 a.m.  

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