sábado, diciembre 30, 2006

Heidegger en la radio del Tercer Reich

Hitler en una charla de sobremesa le confesó a Herman Rauschning: “El exceso de crueldad no sirve para nada. Convierte a las masas en apáticas. Existe un medio más eficaz que el Terror: es la transformación metódica de la mentalidad y sensibilidad de las multitudes. Es una especie de propaganda, más fácil en nuestra época, porque disponemos de la radio”. La radio, la Rundfunk, así como un poco más adelante la novedosa televisión (donde los nazis fueron pioneros), fueron armas poderosas para la legitimidad de masas del SS-Staat. La radio fue un puntal en las situaciones de crisis del estado nacionalsocialista, como la derrota en Stalingrad, el atentado de 1944 contra Hitler o negando la derrota final. Goebbels estaba obsesionado por la radio: “Sostengo que la radio es el medio más moderno y de mayor influencia sobre las masas que existe hoy en día”, sostenía en 1933. A dos días de haber asumido como canciller, Hitler hablaba por primera vez por la reda nacional de radiodifusión. Sólo en 1933 se emitirían por radio cuarenta y cinco discursos del Führer. Creía fervientemente que la radio suplantaría la influencia de los periódicos. Cuatro años después podía afirmar que “el sistema de radiodifusión se ha convertido en una verdadera institución popular. Desde la revolución nacionalsocialista, el número de oyentes ha aumentado de cuatro a nueve millones”. Según el director nazi de la RRG, el Reichsendeleiter Eugen Hadamovsky (hombre de confianza de Goebbels y de profesión mecánico de automóviles) el propósito primordial de la programación radial es crear alegría y solidificar la comunidad racial (“Volksgemeinschaft”). Tal fue el objetivo: consolidar el cemento ideológico entre masas y estado nacionalsocialista. Otra función de segundo nivel era agitar los territorios que reclamaba Alemania y la primera oportunidad fue la reincorporación al Reich de la región de Saarland, un campaña descarada de mentiras y propaganda racial-imperialista a lo largo del año 1934. El Saar era una zona fronteriza que debía unirse o no a Alemania a través de un plebiscito a realizarse en 1935 por la Sociedad de Naciones. Gracias a la intensidad radiofónica de la campaña de Goebbels, el 95% de sus habitantes le dieron el sí a Hitler. Goebbels sintetizó sus metas con esta declaración: “Alemania tiene que convertirse en el país radiodifusor más poderoso del mundo”.

La guerra como siempre es la madre providencial de muchos avances. También es el caso de la radio. La Gran Guerra aceleró el uso de la radio de onda corta para transmitir sin cables información militar codificada, pero en 1917 Hans Bredow, ingeniero en la Telefunken (una join-venture de AEG y Siemens), experimentó con emisiones que consistían en música clásica, lecturas literarias y reportes sobre los soldados en el frente. Bredow después de la guerra será funcionario civil de la República de Weimar y jugando un papel decisivo en el desarrollo de la radio. La socialdemocracia en el poder tomó como primera medida encorsetar a todas las posibles fuentes de transmisión bajo control estatal. No por casualidad: los intentos revolucionarios de 1918 contaron con entusiastas de la izquierda que con equipos sustraídos al ejército apoyaron el movimiento de consejos obreros. Ebert, el mismo que reprimió y toleró los asesinatos de Rosa Luxemburg y Karl Liebchknet, decretó que ningún civil podía ser poseedor de un equipo de emisión de radio sin el permiso del gobierno, so pena de cárcel. El monopolio autoritario sobre la radio fue producto de la socialdemocracia y los conservadores, que reconocieron (gracias al ejemplo de la broadcasting en el Reino Unido y el sistema liberal de los EE.UU.) que era una arma poderosa políticamente e insustituible. Los nazis heredaron este sistema autoritario y centralizado cuando tomaron el poder en 1933, porque desde 1925 el Ministerio de Correos dirigía la Sociedad Nacional de Radiodifusión (Reichsrundfunkgesellschaft) e influenciaba todas las radios provinciales. Goebbels a través del Ministerio de Ilustración Popular y Propaganda (Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda), adquirió todas las acciones de la RRG, llegando a controlar no sólo el contenido, sino el propio hardware: los fabricantes de aparatos de radio. Se presionó a los fabricantes para que produjeran aparatos de recepción buenos y baratos (pero que no pudieran recibir emisiones extranjeras), de modo que todo alemán pudiera permitirse tener uno en su hogar. El producto fue la mítica radio Volksempfänger (Receptor Popular), cuyo nombre técnico era Ve-301, en honor a la toma del poder por los nacionalsocialistas: (V)olks(e)mpfaenger, Receptor del Pueblo y la cifra 301 por 01/30/1933. La radio venía con una etiqueta de seguridad muy curiosa, que le avisaba al poseedor: “Recuerda: la recepción de estaciones de radio extranjeras es un crimen contra la seguridad nacional de nuestro Pueblo. Y está castigado con años de prisión por orden de nuestro Führer”. Existe un cuadro muy famoso del pintor austriaco nacionalsocialista Paul Padua (1903-1981), titulado “Der Führer spricht” (El Führer habla), donde puede verse a toda una familia proletaria, del más viejo al más joven, esperando con ansiedad y devoción religiosa las palabras de Hitler emitiéndose desde una Volksempfänger. La foto en blanco y negro del Führer ocupa el lugar del antiguo crucifijo en la humilde salita… Las ventas fueron impresionantes: durante 1933 se vendieron 1.500.000 de unidades. En 1936 8.000.000 de hogares poseían Volksempfänger o un aparato similar. De estos sólo un 22% eran en hogares de trabajadores. Esta cifra no incluye los supeditados a la propia broadcasting en avenidas, plazas y altavoces públicos o en sitios colectivos, como restaurantes y fábricas. El régimen promovía la escucha comunitaria. Alrededor del 70% de los hogares alemanes poseía una radio en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el más alto porcentaje de todo el mundo.

Desde 1927 la radio de onda corta se transformó en una herramienta de control ideológico y de agitprop sin igual. Gran Bretaña fue el primer país imperialista en establecer un sistema de broadcasting de onda corta mundial (BBC), tanto para su sistema colonial en el Este y Oeste, como para la hegemonía en las clases medias autóctonas. En 1932 se logró la extraordinaria proeza que George V hablará en simultáneo y directo para todo el mundo. El mismo año comenzó sus emisiones la radiodifusión en la URSS y en la Alemania de Weimar. Con el triunfo de Stalin en 1929, las emisiones rusas al exterior se emitían en alemán, inglés y francés, cosa que impresionó a los nazis cuando asumieron el poder total. Su sistema de broadcasting era una mezcla del inglés, el bolchevique y el fascista italiano. Una vez evolucionada la programación, que era de diecinueve horas diarias, casi una cuarta parte comprendía comentarios, discursos y dramas planificados como propaganda directa y agitprop. El resto eran noticias de la DNB “Deutschen Nachrichten Büro” (agencia estatal que proveía también a la prensa) y programas sofisticados de música clásica alemana, aunque a veces se colaban valses y marchas militares. Se extirpo el humor o los sketches satíricos por ser parte del destructivo espíritu judío. Por ejemplo en el programa de invierno por la noche importantes orquestas y directores de renombre interpretaban obras clásicas o bajo el título de “Campesinos y Paisaje” se emitían noticias y propaganda al campesinado alemán junto con noticias agrícolas, “Juventud Hitleriana”, con contenidos relacionados con las organizaciones juveniles del NDSAP y “La Hora de la Joven Nación”, los miércoles, auspiciada por al Asociación de Profesores Nacionalsocialistas (NSLB). Incluso había emisiones especiales que coincidían con los períodos de descanso en los lugares de trabajo. Por supuesto: nadie que no fuera leal al regimen tenía posibilidad de utilizarlo. En marzo de 1934 el filósofo Martin Heidegger, Rektor de la Universidad local, leerá un discurso desde la radio local de Freiburg, luego repetida desde Berlín y publicada en el suplemento cultural del diario nacionalsocialista de Freiburg “Der Alemanne”. La excusa fue la negativa del filósofo a una invitación para asumir una cátedra en la Universidad de Berlín.

La interna nazi: el 27 de octubre de 1933 Heidegger hace pública su negativa de aceptar una cátedra en la Universidad de Berlín, mientras mantiene sus dudas con respecto a un ofrecimiento similar para la de Munich, la capital política del IIIº Reich. En ese momento son las dos universidades alemanas más importantes. Brevemente recordemos que Heidegger, simpatizante de larga data del NSDAP, se afilió públicamente en 1933 e inmediatamente fue nombrado Rector de la U. de Freiburg. Allí aplicó con extremismo y radicalismo inusitado la política de “Gleichschaltung” (nivelación o coordinación de todos los ámbitos de Alemania al “FührerPrinzip”), tanto que llamó la atención del Ministro nazi de Cultura y Educación, Bernhard Rust, antiguo maestro de la secundaria y “alter Kämpfer” del NSDAP desde 1922. El término “Gleichschaltung”, clave en el léxico nazi, no es fácil de encontrarle un equivalente exacto en español, se traduce generalmente por nivelación u homogeneización, señalando su lado brutal y autoritario de fuerza. En inglés se la traduce como “Coordination”. Pero estas palabras no alcanzan a captar el significado plural y amplio de la palabra en alemán, que designa al mismo tiempo uniformización y puesta en punto. La “Gleichschaltung” nacionalsocialista reposa en efecto sobre una coordinación de arriba hacia abajo que pretende purificar el orden racial. Todos pueden y deben ser "nivelados", "coordinados", gleichgeschaltet.En la universidad en especial, se trata en primera medida de eliminar a los elementos “non-aryens”, no-arios de la función pública, depurar el cuerpo de docentes para asegurar la homogeneidad racial (“Gleichartigkeit”), preludio a la exclusión completa que se hará efectiva con las leyes raciales de 1935, las “Nürnberger Gesetze”. Con Heidegger como Führer-Rektor, sobre 93 profesores, 13 fueron suspendidos por “no-arios”, por el decreto A-7642. El segundo objetivo de la nivelación nazi es introducir el “FührerPrinzip” en el interior de las instituciones heredadas de Weimar, desde sindicatos hasta ministerios y gobiernos provinciales. Las ofertas que le llegan a Heidegger tienen que ver con su actuación política, que ha tenido repercusión nacional. Los primeros días de septiembre de 1933 el secretario del ministro de Educación, Staatssekretär Dr. Wilhelm Stuckart (co-autor de las leyes de Nüremberg y que luego participaría como parte del Ministerio del Interior en la Conferencia de Wannsee sobre la exterminación de los judíos en Europa), le comunica en una carta dirigida a la Facultad de Filosofía de Berlin que el nombramiento de Heidegger es una iniciativa personal del ministro y que su motivo se debe a “consideraciones de estado y de gran política”. Heidegger mismo le confiesa en una carta a Elisabeth Blochmann que la cátedra en Berlín es “una misión política” (“politischen Auftrag”), donde el hecho de que imparta clases es accesoria. Lo curioso es que ni la U. de Berlin, ni la de Munich, han propuesto a Heidegger como aspirante, su candidatura es impuesta por las más altas autoridades del SS-Staat. El objetivo era la edificación unitaria de una futura constitución nacionalsocialista para todas las instituciones de educación superior en Alemania. ¿Y la negativa de Heidegger? Lejos de ser un acto opositor, o el fin de un ingenuo equívoco, es una apuesta política que pretendía o bien permanecer como indiscutido Führer filosófico del Sur o bien lograr acceder a la cátedra en Münich, todavía pendiente de respuesta. Las esperanzas de Heidegger, su obsesión por trasladarse a la capital del NSDAP las explica en otra carta a Blochmann: “tendré la posibilidad de estar muy cerca de Adolf Hitler”.

Ideología Völkische y Rassenkunde: la locución radial de Heidegger se contextualiza en el marco ideológico de lo völkische, lo popular-racial, y el debate dentro del nacionalsocialismo sobre la raza aria. El Pueblo del campo, el Landvolk puramente alemán, frente a la Ciudad, el LandStadt, tal es el nuevo relato ideológico que comienza a aparecer en el polo de izquierda del national Bewegung, el Movimiento nacional, en la conjunción de los nacionalrevolucionarios y los nacionalbolcheviques con el movimiento campesino desde las primeras luchas en 1928. El principal ideólogo no vendrá del NDSAP, que por esas fechas ignora la cuestión campesina, sino de Ernst von Salomon, un NR que será uno de los asesinos del ministro de asuntos exteriores Walter Rathenau. En 1932 publicará una novela: “Die Stadt” (La Ciudad), donde atacará la supuesta necedad americana de las grandes metrópolis, el iluminismo inauténtico con su mezcla de técnica y multitud. La esencia de la existencia para el Landvolk de la Alemania profunda es la Granja, frente a ella todo un Sistema que le es hostil, que arremete contra la tierra ancestral, el terruño y la Heimat, la pequeña patria heideggeriana, de la cual se trata de salvar la substancia y el ser de la verdadera y única Alemania, el inneren Reich atacado por la barbarie liberal del occidentalismo urbano. Como en Heidegger, esta corriente deutsche-volkische, sostiene que la Voluntad de un nuevo comienzo debe partir de la eterna Granja. El campesino alemán reúne las condiciones ideales: conservador y revolucionario a la vez, pero para conservarse como auténtico campesino alemán debe hacer una revolución. Los Landvolk-leute son los alemanes más puros, incontaminados, alemanes como nadie. De ahora en adelante el campesino es el impulso y la reserva auténtica de la revolución nacional que impondrá el nuevo Reich. “Blut-und-Bloden Ideologie”, Sangre y Suelo, es la consigna spengleriana que invoca la guerra a la vía liberal de Occidente, a la Ciudad como sistema extraño, al “bolchevismo fiscal”, la superalienación de la cultura de masas, el artificialismo, lo extravagante, la Überfremdung de lo extranjero. El campesino alemán puro, no contaminado, ligado a su tierra inalienable (Hitler decretó la “Erbhofgesetz” sobre la herencia de las Granjas), campesino ancestral por siempre bajo la protección del “Wehrstand”, la “Wehrmacht” más las “SS”. Nación es la relación sanguínea de una Rasse con el Heimat, el terruño biológico. Y si el fundamento de la esencia del Dasein alemán es el suelo (Bloden), el valor universal de Alemania no puede realizarse más que de forma imperialista, como Reich, como espacio vital. El argentino Richard Walter Darré, el filósofo devenido especialista en la cuestión genética y campesina del NSDAP y luego ministro de Alimentación y Agricultura, lo sintetizaba en el título de su libro de 1929: “El Campesino como Fuente Vital de la Raza Nórdica” (“Das Bauerntum als Lebensquell der nordischen Rasse”). En el corto texto se irradian conceptos típicamente nazis, como Bodenständigkeit, pertenencia y amor al suelo, o pertenencia, Zugehörigkeit. Hay otra significación de segundo grado, que forma parte de la ideología nacionalsocialista regional, y es el uso discursivo del llamado “Alemannische Dialekt”, un alemán diferente al del Norte, y que no sólo indicaría el origen plural y disperso del idioma alemán, sino una disputa en la discusión entre el Amt Rosenberg, que sostenía la primacía, la Herrenrasse de los alemanes del Norte (sostenido por el punto de vista del ideólogo Hans Günther) y el de Friedrich Merkenschlager, sobre el punto de vista de una gran raza alemana equilibrada entre el Norte y el Sur, con la cual concordaba Heidegger.

El texto: originalmente escrito para su radiodifusión en la Radio de Berlín, fue difundida el 2 de marzo de 1934 por la Radio de Freiburg y a través de la Südwestdeutsche Rundfunk a todo el sud-oeste alemán: Frankfurt, Cassel, Tréveris, Colonia y Stuttgart. El 7 de marzo apareció bajo forma de artículo en el diario nazi local. Según los editores de sus obras “semicompletas” o la mayoría de los traductores del filósofo, por ejemplo el francés François Fédier, este texto es esencialmente político en el sentido más profundo (“un texte politique en un sens plus profund”). Fédier, hagiógrafo y distorsionador de los textos y contextos heideggerianos, ve en esta pieza filosófica un ethos de la limitation, que se separa de las dos ideologías mortales de nuestro tiempo: el nacionalsocialismo y el bolchevismo. Heidegger intentaría recuperar al campesino en su verdadera y auténtica existencia, lejos de los estereotipos ya biológicos, ya racistas, ya economicistas. Otro hagiógrafo-periodista, Rüdiger Safranski, nos presenta este texto (“una calumniada alocución de radio”) como la explicación sencilla, desideologizada y esencial de Heidegger sobre su trabajo en su humilde cabaña en la montaña. Simplemente el filósofo admitiría que el mundo de su vida y pensamiento concuerdan en la cabaña de Todtnauberg y las montañas de la Selva Negra. El historiador revisionista alemán Ernst Nolte nos da otra hipótesis apologética. Heidegger simplemente se despide de su corto romance con el nacionalsocialismo reivindicando el “autoctonismo” con una negativa rotunda al régimen. Todas estas afirmaciones se hacen a la ligera, sin demostrar nada, realizando una torsión lingüística a los conceptos de Heidegger, ocultando su praxis política y en el caso de las traducciones (ya sea al francés o al italiano) traicionando la exactitud y la semántica de los conceptos.

"Paisaje creador:

¿por qué permanecemos en la Provincia?"

(7 de marzo de 1934)

En una abrupta cuesta de un amplio y alto valle de la Selva Negra se levanta un pequeño refugio de esquiadores (“kleine Skihutte”) a 1.150 metros de altura sobre el nivel del mar. Su planta mide de 6 a 7 metros. El bajo techo recubre tres cuartos: la cocina, el dormitorio y un gabinete de estudio. En el estrecho fondo del valle y en la ladera opuesta, igualmente abrupta, yacen dispersas las granjas de los campesinos, ampliamente emplazadas, con el gran techo que pende sobre ellas. Cuesta arriba se extienden las praderas y las tierras destinadas a pastos, las dehesas, hasta el bosque con sus viejos, enhiestos y negros abetos. Todo lo domina un claro cielo soleado en cuyo resplandeciente espacio dos azores se elevan trazando círculos.

Este es mi mundo de trabajo (“Arbeitswelt”) visto con los ojos contemplativos del huésped o el veraneante. Yo mismo nunca miro realmente el paisaje. Siento su transformación continua, de día y de noche, en el gran ir y venir de las estaciones. La pesadez de la montaña y la dureza de la roca primitiva y ancestral, el crecimiento contenido de los abetos, el lujo luminoso y sencillo de los prados florecientes, el murmullo del arroyo de la montaña, la austera simplicidad de los llanos totalmente recubiertos de nieve; todo esto se agolpa y vibra allá arriba a través de la existencia diaria (“das tägliche Dasein”). Y, nuevamente, esto no ocurre en los instantes deseados de un sumergimiento gozoso o de una compenetración artificial, sino solamente cuando la propia Existencia (“das eigene Dasein”) se encuentra en su propio trabajo (“Arbeit”). Sólo el trabajo abre el ámbito de la realidad de la montaña. La marcha del trabajo (“Der Gang der Arbeit”) permanece hundida en el acontecer del paisaje.

Cuando en la profunda noche del invierno una furiosa tormenta de nieve brama sacudiéndose en torno al refugio (“die Hütte”) y oscurece y oculta todo, entonces es la hora propicia de la Filosofía. Su preguntar debe tornarse entonces sencillo y esencial. La elaboración de cada pensamiento no puede ser sino ardua y severa. El esfuerzo por acuñar las palabras se parece a la resistencia de los erguidos abetos contra la tormenta.

Y es así que el trabajo filosófico no transcurre como una especie de ocupación apartada de un extraño, sino que tiene una íntima relación con el trabajo del campesino (“die Arbeit der Bauern”). Mi trabajo se asemeja al del joven campesino cuando sube la pendiente remolcando el trineo de montaña y luego, una vez bien cargado con leños de aya, lo dirige a su granja en peligroso descenso; al pastor cuando con su andar lento y meditabundo arrea su ganado pendiente arriba; al del campesino cuando en su granja dispone en forma adecuada las innumerables tablillas para su techo. Allí arraiga su inmediata pertenencia (“unmittelbare Zugehörigkeit”) a los campesinos.

El hombre de la ciudad (“Städter”) piensa que se ‘mezcla con el Pueblo’ (“unter das Volk”) tan pronto condesciende a entablar una larga conversación con un campesino. Por las tardes, cuando durante la pausa del trabajo me siento con los campesinos en torno de la estufa o en la mesa junto al rincón donde está la imagen del Señor, casi nunca hablamos. Fumamos nuestras pipas en silencio. Que el trabajo se termina en el bosque, que en la noche anterior se metió una marta en el gallinero, que posiblemente mañana una vaca parirá, que el campesino Oehmi ha tenido un ataque, que el tiempo pronto ‘cambiará’. La íntima pertenencia (“innere Zugehörigkeit”) del propio trabajo a la Selva Negra y sus hombres viene de un centenario arraigo Suabo-Alemán (“alemannisch-schwäbischen Bodenständigkeit”) al suelo, a la tierra que nada puede reemplazar.

Al hombre de la ciudad una estadía en el campo, como se dice, a lo más lo ‘estimula’ (“angeret”). Pero la totalidad de mi trabajo está sostenida y guiada por el mundo de estas montañas y sus campesinos. Ahora, mi trabajo allá arriba se ve interrumpido a menudo por largas pérdidas de tiempo debido a gestiones, viajes para dictar conferencias, discusiones y la actividad docente de aquí abajo. Pero tan pronto retorno arriba se aglomera, ya desde las primeras horas de estadía en mi refugio, todo el mundo de las antiguas preguntas y, por cierto, en la misma huella con que las dejé. Sencillamente soy trasladado al ritmo propio del trabajo y, en el fondo, no domino en ningún caso su ley oculta (“inneres Gesetz”). Los hombres de la ciudad se maravillan a menudo de este quedarme sólo tan largo y monótono entre los campesinos y las montañas. Sin embargo, esto no es ningún mero y simple quedarme sólo: pero sí soledad. En verdad en las grandes ciudades el hombre puede quedarse sólo como en ningún otro lugar es posible. Pero allí nunca puede estar a solas. Pues la auténtica soledad tiene la fuerza primigenia (“ureigene Macht”) que no nos aísla, sino que arroja a la totalidad de la Existencia (“Dasein”) del hombre en la extensa vecindad de la Esencia de todas las cosas (“des Wessens aller Dinge”).

Es posible convertirse fuera de allí en una ‘estrella de cine’ (“Berühmtheit”) en un instante mediante los periódicos y las revistas. Este es siempre, por cierto, el camino más seguro por el que el sentimiento más auténtico sucumbe al malentendido y llega al olvido profunda y rápidamente.

Por el contrario, la memoria campesina (“bäuerliche Gedenken”) tiene su fidelidad (“Treue”) sencilla, segura, oculta e inaccesible. Hace poco le llegó la hora de su muerte a una campesina allá arriba. Ella conversaba conmigo a menudo y de buena gana, y me enseñaba viejas historias del pueblo. En su lenguaje enérgico y lleno de imágenes conservaba todavía muchas palabras viejas y diversas sentencias que habían llegado a ser ininteligibles para los actuales jóvenes de nuestro Pueblo y, así, han desaparecido del lenguaje vivo. Todavía el año pasado, cuando yo vivía semanas enteras en mi refugio, esta campesina, con sus 83 años, subía a menudo la abrupta cuesta que conduce a él. Quería ver, como decía, si yo todavía estaba allí y si no me había robado de improviso algún duende. La noche que murió la pasó conversando con sus parientes y, hora y media antes de su fin, envió todavía un saludo al ‘Señor Profesor’ (“Herrn Profesor”). Tal recuerdo vale incomparablemente más que el más hábil ‘reportaje’ de un periódico de circulación mundial (“Weltblatt”) sobre mi pretendida filosofía.

El mundo de la ciudad (“städtische Welt”) está en peligro de sucumbir ante una falsa creencia (“Irrglauben”) corruptora. Una impertinencia muy ruidosa y muy activa y muy estetizante parece, a menudo, preocuparse por el mundo de los campesinos y su Existencia (“Dasein”). Pero con ello se niega precisamente lo que ahora sólo hace falta: mantener la distancia de la existencia del campesino (“bäuerlichen Dasein”); abandonar, ahora más que nunca, a la existencia del campesino a su ley interna; ¡fuera las manos!... para no arrastrar a la Existencia en una falsa habladuría de literatos sobre lo popular-racial (“Volkstum”) y el amor al suelo (“Bodenständigkeit”). El campesino ni quiere ni necesita en ningún caso esta exagerada amabilidad del hombre de la Ciudad. Lo que ciertamente necesita y quiere es el tacto reservado respecto a su propia esencia y a su propio modo de estar (“Eigenständigkeit”). Pero muchos de los procedentes de la gran ciudad y de los turistas, y no en último término los esquiadores, se comportan a menudo en la aldea o en la granja del campesino como si se ‘divirtieran’ en sus salones de entretenimiento y diversión de la gran ciudad. Tal ajetreo destruye en una sola noche más de lo que puede fomentar jamás un adoctrinamiento científico de varios decenios sobre lo popular-racial (“Volkstum”) y las costumbres del Pueblo (“Volkskunde”).

Abandonemos toda intimación condescendiente y todo falso culto de lo popular-racial (“Volkstümelei”); aprendamos a tomar en serio allá arriba aquella existencia sencilla y dura. Sólo entonces nos podrá decir algo.

Hace poco recibí la segunda llamada a la Universidad de Berlín. En una ocasión semejante me retiro de la ciudad a mi refugio. Escucho lo que dicen las montañas, los bosques y las granjas. Voy a lo de mi viejo amigo, un campesino de 75 años. En los periódicos ha leído sobre el llamado a Berlín. ¿Qué irá a decir?.. Lentamente desliza la segura mirada de sus ojos claros en los míos, mantiene los labios fuertemente apretados, me coloca su mano fielmente circunspecta sobre mi hombro y sacude su cabeza en forma apenas perceptible. Esto quiere decir: ¡irrevocablemente no! (“unerbittlich nein!”).

Traducción: del original alemán por Nicolás González Varela


sábado, diciembre 16, 2006

La vieja mentira de morir por la patria: Wilfred Owen

Era un 26 de junio de 1917 cuando abordó un tren desde Dunbar. Habrá suspirado al ver el sol brillar desde las ventanillas sobre las colinas de Pentland y vislumbrar la skyline de la noble Edinburgh con el recortado perfil del castillo. Veterano del frente, se dirigía a un hospital de guerra. Wilfred Edward Salter Owen se encontraba en Francia cuando la guerra estalló en 1914. Era tutor de inglés en Bordeaux para una familia burguesa adinerada. Escribía poemas estilo georgians o intentando imitar a su amado Keats. En un ataque de nacionalchauvinismo retorna a Inglaterra y se enlista como voluntario en los Artist’s Rifles. En 1916 es comisionado como teniente segundo en el The Manchester Regiment y enviado a Francia, justo para la desastrosa ofensiva en el Somme. En este matadero el ejército británico, que era llamado por la prensa triunfalista como el “Big Push”, tiene el triste honor de ostentar el récord histórico de bajas en un solo día de batalla: 19.000 muertos y 40.000 heridos. Sus orígenes sociales eran de clase media baja galesa, con una educación cristiana-evangélica al mejor estilo del personaje Stephen Daedalus de Joyce.

¿Qué se siente cuando a uno lo envían a una muerte segura y horrible? Owen lo describe en una carta del 14 de mayo de 1917: "The sensations of going over the top are about as exhilarating as those dreams of falling over a precipice, when you see the rocks at the bottom surging up to you." Es lo más parecido a la euforia en esos sueños en que caes en un precipicio y compruebas que las rocas vienen hacia ti y no puedes hacer nada. Al mando de la compañía “A”, con veinticinco muchachos de no más de veinte años de los Manchester’s, recorre el frente infernal del Somme. Su barómetro espiritual comienza a descender sin pausa. Pasa el invierno 1916/1917 congelándose en los dug-outs inundados y llenos de cadáveres; sus hombres mueren de frío o terminan con sus miembros amputados por el “pie de trinchera”. Todos desean una herida benigna para volver a casa. Su primer destino en el frente es la llamada “La Signy Farm”, en el campo de batalla de Serre. Ocupa una trinchera alemana vacía en el medio de la No Man’s Land y debido al fuego terrorífico de artillería permanece encerrado con sus hombres durante cincuenta horas en un oscuro refugio: "Those fifty hours were the agony of my happy life……", escribirá. De esta experiencia saldrá su poema “The Sentry”. En abril de 1917 participa en la llamada “Spring Offensive”, un ataque contra la ciudad de St. Quentin. El pueblo formaba parte de una poderosa línea fortificada alemana de trincheras y reductos de concreto, la “Hindenburg Line”. El ataque apoya a otro paralelo de los franceses. El objetivo de Owen es una trinchera con el nombre de Dancour. Mientras esperan la orden de ataque, son machacados por al artillería pesada, con muchas bajas. Finalmente atacan a través de la tierra de nadie y al llegar a su objetivo encuentran la “Dancour Trench” vacía. Es demasiado para Wilfred. Esa noche el comandante recibe noticias de que Owen no está en condiciones de liderar a sus hombres. Se encuentra absorto y en estado de trance. Más tarde describirá esta experiencia en su poema “Spring Offensive”. Es enviado a la retaguardia, al hospital de campaña en Gailly y de allí al hospital de guerra en Edinburgh, Escocia.

Ahora con veinticuatro años podía contar la épica de la guerra, la antiepopeya de muerte, miseria y sinsentido. Su caso caía dentro del llamado “Shell-Shock”, que se suponía era una neurastenia de guerra. En 1914 médicos británicos revelaron su presencia en forma de bloqueo de la atención, ataques de pánico, carencia de concentración, cefaleas e irritabilidad. Los hombres con tal desorden mental eran inútiles en el frente. Algunos psiquiatras dedujeron, por el origen de los soldados afectados (la mayoría de Flandes, Gallipolli e Isonzo), que debían haber sido afectados por el fuego de artillería pesada. Se pensaba que el impacto físico de un proyectil de gran tamaño producía un vacío, un vacuum, y que el aire se introducía por este vacío hacia el fluido de la glándula espinal, que terminaba conmocionando el trabajo normal del cerebro. Para regenerar estos guerreros confundidos se creía que sólo era necesario un largo período de descanso y ocio en lugares idílicos. En la Gran Guerra (1914-1918) el ejército imperial británico reconoció alrededor de 80.000 afectados por el “Shell-Shock”, aunque muchos de estos casos fueron considerados como malingeres (fingidos). Muchos se suicidaron. Los que volvían se negaban a seguir órdenes superiores. Otros intentaban desertar o se auto-inflingían heridas. Un gran cantidad (exactamente 306, la mayoría en Francia) recibió una corte marcial (que no tardaba más de veinte minutos en expedirse) y fueron fusilados in situ. Noventa años después, gracias a la lucha de sus descendientes, en agosto de 2006 fueron perdonados por el estado y su memoria rescatada del deshonor. A otros casos menos graves (como borracheras o dormirse de guardia) se le aplicaba la tradicional Field Punishment Number One. Un castigo flemático sobre el terreno, que consistía en ser atado a un objeto fijo durante horas o una jornada completa durante cuatro meses, a campo abierto.

Un taxi condujo a Wilfred al famoso Craiglockhart Hydropathic Establishment, un antiguo centro de recuperación de alcohólicos pudientes con terapia de agua. Una bella construcción victoriana cercana a la oscura sombra de la Wester Craiglockhart Hill (“The Craig” como le llamaban a la colina), ahora hospital de guerra para oficiales. Se erigía en el distrito de Slateford. El edificio había sido construido entre 1877 y 1880, en un pesado italian style, con una fachada bien toscana. El ambiente interior, con las instalaciones dedicadas a la terapia acuática, era depresivo y sombrío. El sobrenombre que le daban sus pacientes era “The Hydro”. La pequeña habitación que le tocó en suerte a Owen estaba en la sala norte, tercer piso. Encontró el lugar abarrotado de oficiales con graves problemas psíquicos, psicosis y neurosis de guerra. Todos quebrados, de alguna manera. Allí se producirá un encuentro notable con un escritor de algún renombre, Siegfried Loraine Sassoon, quien se transformará en guía y mentor de su trabajo poético. Una amistad vertiginosa (algunos la relacionan con cierta atracción homosexual) que recuerda a las mejores tradiciones griegas de discípulo y maestro. Sassoon era todo un senior poet que había sido acusado de tener una neurastenia aguda debido a sus críticas, no sólo a la guerra en sí y sus objetivos económicos-coloniales, sino al corazón del sistema político y militar del Imperio Británico. La vida de Owen ya no será igual. A los conocimientos y aportes de Sasson se agrega toda una serie de contactos del grupo de amigos, incluido Robert Graves y Robert Nichols. Y allí también saldrán a luz sus primeros poemas, en una pequeña revista literaria, “The Hydra”, que editaba el hospital como pasatiempo catártico. Allí llegará a esta conclusión luminosa en una línea de su “Preface”: My subject is War, and the pity of War. The Poetry is in the pity. (Mi tema es la Guerra, y la compasión de la Guerra. La poesía está en la compasión”). Y escribirá su mejor poema: "Dulce et Decorum Est".

La corta carrera de Owen como poeta es de una velocidad rimbaudiana. No existen muchos casos similares. Sus poemas fueron escritos en un lapso de no más de dos años. Su primer poema sobre la guerra fue “1914”, escrito en el mismo año –aunque el turnpoint de su trabajo poético intenso y maduro comenzó realmente en agosto de 1917 en Craiglockhart con el poema “The Dead-Beat”, una obra de crudo y moderno realismo– y duró catorce meses hasta su muerte. Fue decisivo su encuentro con el admirado Sassoon, como le cuenta en una carta a su primo estaba escribiendo: “something in Sassoon’s style, which I may as well send you”. Y le agrega más adelante los trabajos de corrección de su nuevo compañero: "He (Sassoon) was struck with ‘The Dead-Beat’ but pointed out that the facetious bit was out of keeping with the first and last stanzas. Thus the piece as a whole is no good.” Ese poema fue el inicio de la transformación del joven Owen, dubitativo e inseguro, en un poeta modernista, realista, satírico y con plena lucidez. Gracias a la escritora Pat Barker y a la primera novela (multipremiada) de su trilogía sobre la Primera Guerra Mundial, “Regeneration” (Plume, 1991) podemos reconstruir en forma literaria el ambiente de Craiglockhart y las relaciones entre Sassoon y Owen, además de la aparición de Graves y de la relación con el psiquiatra freudiano W. H. Rivers a cargo de la recuperación de los enfermos con técnicas heterodoxas. En 1997 se realizó un excelente film basado en la novela: “Regeneration”, dirigido por Gillies Mackinnon con Jonhatan Pryce como Rivers, James Wilby como Sassoon y Stuart Bounce como Owen. Lo cierto es que regenerado por la estadía en el hospital es enviado de nuevo a Francia, esta vez en el avance en la ciudad de Ors. Su regimiento es parte del intento de cruzar el canal Sambre-Oise. Los ingenieros han construido pontones rígidos y flotables sobre el agua, además de botes y lanchones. Owen con sus hombres aguarda en una orilla. A las cinco de la madrugada comienza el cruce bajo fuerte fuego alemán de ametralladoras y artillería. Los puentes son destruidos, el caos es total. Owen no sobrevivirá. Un superviviente que fue herido, su amigo el teniente Fowlkes, lo vio por última vez intentando cruzar bajo fuego intenso a bordo de una balsa. Era el 4 de noviembre de 1918, una semana antes del armisticio. La tumba del poeta se encuentra en una esquina del cementerio en Ors, tiene un epitafio elegido por su madre de su poema “The End”: “Shall Life renew these bodies? Of a truth/ All death will he annul” (¿Podrá la vida renovarse en esos cuerpos? De la verdad/ Toda la muerte él anulará”).

En una carta de Owen a su madre de octubre de 1917 le comenta: “He aquí un poema sobre el gas… La famosa cita latina, de las Odas de Horatio, II, 13, significan, por supuesto, que es dulce y placentero morir por su país. ¡Dulce! ¡Y decoroso!”. Lo del Gas Poem es sobre los ataques con gases tóxicos en el frente. El uso militar de gases era bien conocido antes de 1914, pero no se utilizaban por razones humanitarias. El ejército francés fue el primero en utilizarlos, lacrimógenos, contra los alemanes durante le primer mes de la guerra. Los alemanes habían utilizado irritantes químicos untando las esquirlas de sus proyectiles de artillería. En abril de 1915 se utilizó por primera vez un gas mortal a escala masiva: los alemanes usaron gas de cloro (sulfuro clorhídrico) en tubos durante la segunda batalla de Ypres contra los franceses. El gas es del tipo asfixiante: destruye los alvéolos pulmonares y se produce una muerte lenta y tortuosa por asfixia. Un testigo declaró que era como ahogarse en agua pero sin ella. Visualmente se forma una niebla verde-amarillenta inconfundible. Sabemos que existe una versión del poema subtitulada “To a Certain Poetess”, refiriéndose a la poetisa contemporánea Jessie Pope, una escritora de vibrantes poemas patrioteros y propagandísticos, muy popular en la época. Pope nunca visitó el frente de combate. El poema tendrá dos versiones, con muchas anotaciones y correcciones de la mano de Sassoon. El único borrador que se conserva tiene como fecha el 8 de octubre. El título es irónico. Su estructura se desenvuelve en cuatro estrofas desiguales: las primeras en forma de soneto, las últimas han perdido la estructura. La primera sitúa la escena; la segunda focaliza la acción sobre un hombre que no ha podido colocarse a tiempo la máscara contra los gases venenosos. La tercera es el aftermath: la heroicidad se trasluce a través de una nueva perspectiva. La última y cuarta stanza es para los insensibles civiles (y para la poeta nacionalista) con quien quiere compartir sus vivencias que son verdaderos sueños que asfixian. “My friend” no es otra que Jessie Pope. Los términos son intencionalmente ambiguos y chocantes. Respecto a la técnica, descubre un nuevo elemento que se va a denominar para-rhyme, es decir media rima, y que va a ser utilizado con profusión por poetas posteriores, especialmente en los años '30. El objetivo: un violento shock iconoclasta a los que creen en la gloria y el honor de morir de manera espantosa e irracional. Un ataque frontal al clima de “Indifference at Home” y del “Bussines as Usual” de la retaguardia. El muerto en la guerra no tiene nada de glorioso sino la cara de un diablo enfermo de pecado. Su reputación será enteramente póstuma, gracias a la edición de sus poemas editados por Sassoon en 1920 con el título “Poems” y por una re-edición ampliada por el poeta Edmund Blunden de 1931, con un estudio preliminar y aparato crítico: “The Poems of Wilfred Owen” (Chatto and Windus). Vale como final la profecía de Owen enterrado en el lodo del Somme: “We laughed –knowing than better men would come,/ and greater Wars”, “Reíamos, –sabiendo que mejores hombres vendrían, y guerras más grandes…”.

‘Dulce Et Decorum Est’

Doblados como viejos mendigos bajo bolsas,
Chocando las rodillas y tosiendo como viejas, maldecimos a través del lodo
Hasta darle la espalda a las condenadas bengalas
Y empezar a arrastrarnos a un descanso remoto.
Los hombres marchaban dormidos. Muchos ya sin botas
Cojeaban calzados de sangre. Todos patéticos, ciegos todos,
Ebrios de cansancio, sordos incluso a los silbidos
De proyectiles decepcionados que caían más atrás.

¡Gas! ¡Gas! ¡De prisa, chicos! En un éxtasis de torpeza
Nos calamos torpes cascos justo a tiempo;
Pero alguno seguía pidiendo ayuda a gritos tropezando

Indeciso como un hombre ardiendo en llamas o cal viva.
Borroso tras los vidrios empañados y a través de aquella verde luz espesa,
Como hundido en un mar verde, lo vi ahogarse.

En todos mis sueños, ante mi vista indefensa,
Se abalanza sobre mí, se atraganta, se ahoga, se apaga.

Si en algún sueño asfixiante también pudieras seguir a pie
La carreta donde lo arrojamos
Y ver cómo retorcía los blancos ojos en la cara,
Una cara colgante, como un diablo harto del pecado;
Si pudieras oír, a cada tumbo, la sangre
Vomitada por pulmones de espuma corrompidos,
Obsceno como el cáncer, amargo como pus
De viles llagas incurables en lenguas inocentes,--

Amigo mío, no contarías con tanto entusiasmo
A los niños que arden ansiosos de gloria
Esa vieja mentira: Dulce et decorum est
Pro patria mori.


‘Dulce Et Decorum Est’

Bent double, like old beggars under sacks,
Knock-kneed, coughing like hags, we cursed through sludge,
Till on the haunting flares we turned our backs
And towards our distant rest began to trudge.
Men marched asleep. Many had lost their boots
But limped on, blood-shod. All went lame; all blind;
Drunk with fatigue; deaf even to the hoots
Of disappointed shells that dropped behind.

Gas! Gas! Quick, boys!—An ecstasy of fumbling,
Fitting the clumsy helmets just in time;
But someone still was yelling out and stumbling
And flound’ring like a man in fire or lime…
Dim, through the misty panes and thick green light
As under a green sea, I saw him drowning.

In all my dreams, before my helpless sight,
He plunges at me, guttering, choking, drowning.

If in some smothering dreams you too could pace
Behind the wagon that we flung him in,
And watch the white eyes writhing in his face,
His hanging face, like a devil’s sick of sin;
If you could hear, at every jolt, the blood
Come gargling from the froth-corrupted lungs,
Obscene as cancer, bitter as the cud
Of vile, incurable sores on innocent tongues,--
My friend, you would not tell with such high zest
To children ardent for some desperate glory,
The old Lie: Dulce et decorum est
Pro patria mori.

(1917)

  • Traducción: Nicolás González Varela - Ilustración: Otto Dix, "Flandres" (1934)

sábado, diciembre 09, 2006

El último poema de Georg Trakl

Cocaína y guerra, hermanadas. El ingrediente activo de la coca (el alcaloide cocaína) fue sintetizado en laboratorio en 1844. En 1883 el Dr. Theodor Aschenbrandt administró cocaína disuelta en agua a unidades bávaras del ejército imperial alemán, ya que descubrió que la droga mejoraba la resistencia en las maniobras y en las horas de vigilia. La droga era suministrada a las fuerzas armadas por el laboratorio Merck (que comercializaba morfina y opiáceos). Un artículo del médico con sus experiencias positivas y milagrosas en los reclutas, titulado “Die physiologische Wirkung und die Bedeutung des Cocains”, fue leído por un ambicioso neurólogo vienés, Sigismund Schlomo Freud, quién intentó aplicar la droga mágica a la cura psicoanalítica y a sí mismo en forma inyectable (haciéndose adicto hasta su muerte). Freud, como buen yonqui, se hizo íntimo amigo y colaborador de E. Merck, el dueño del laboratorio. La contribución freudiana no se detuvo allí: de su pluma saldrá una oda a las propiedades terapéuticas bajo el título de “Über Coca” (1884): “El efecto psicológico de la Cocainum mur. en dosis de 0.05 a 0.10 gramos consiste en la excitación y la euforia retenida, la que no se diferencia mucho de la euforia de las personas sanas. Falta totalmente el sentimiento de alteración que acompaña a la excitación por alcohol, también falta el efecto característico inmediato del alcohol de ansiedad. Se tiene la sensación de incremento del autocontrol, se siente gran vigor y de capacidad de trabajo. Pero si se trabaja se extraña la excelente y elegante excitación e incremento de las fuerzas intelectuales por alcohol, té o café.” La cocaína será protagonista de toda la nueva cultura de vanguardia expresionista, de uno de los poemas más desgarradores sobre la guerra y de la muerte extraña de uno de los más grandes poetas de la MittelEurope.

Georg Trakl es un producto del Imperio Austrohúngaro fin de siécle. Muchos anacrónicos desinformados han idealizado a Viena y Budapest, pero deberíamos hacernos una idea de lo retrógrado, clasista, aristocratizante y tardofeudal que era el reino de los Habsburgo para cualquier vanguardia cultural. Una aristocracia de 300 familias gravitaba en torno a la corte del anciano emperador Francisco José I (con 86 años, el monarca más longevo de la historia europea), que junto con su heredero, Francisco Fernando, era el prototipo de ultraconservador europeo. El grupo en el poder promovía y toleraba el antisemitismo, aunque los banqueros y empresarios judíos buscaban afanosamente favores imperiales, honores, títulos y emulaban los estilos aristocráticos. Todos, burgueses e Intelligentzsia, tenían una actitud ferviente de Kaisertreu, especialmente en los momentos de crisis internacionales. Aquella Hofadel obsesionada por mantener sus privilegios de casta y obstaculizar todo progreso, era básicamente de origen austro-alemán y latifundista. Un impotente Reichsrat, el parlamento, oficiaba de máscara ridícula para un verdadero Ancien Régime que administraba el poder de manera caprichosa y absoluta. Recién en 1907 se instauró, con muchas precauciones, el sufragio universal masculino. La joven socialdemocracia, subrepresentada por un sistema electoral que beneficiaba a los terratenientes, era mirada como una enfermedad urbana y judía que amenazaba el sano equilibrio. La cultura oficial del Imperio se sintetizaba en la fórmula “Bildung und Besitz” (educación clásica y propiedad). La misma economía era preindustrial. Para darnos una idea podemos ver el Jubileo de Diamante en el sexagésimo año del reinado (interminable) de su excelencia el Emperador Francisco José I (coronado luego del fracaso de las revoluciones de 1848), anno mirabilis 1908. Una fiesta nacional sin precedentes, donde se reunió el Kaiser con innumerables testas coronadas de archiduques, grandes duques, barones, todos con la genealogía sangreazul de Habsburgo. Toda la alta sociedad vienesa estaba reunida en el Hofoper, el impresionante teatro imperial vienés, escuchando una ópera especialmente escrita para la ocasión, “El sueño de un Emperador”, que celebraba la grandeza y los triunfos de la dinastía. En las primeras filas eran todos uniformes y medallas, prelados católicos, y, por supuesto, el emperador, con sus veinte títulos a cuestas y uniforme de mariscal, flanqueado por la Duquesa Maria Theresa von Württemberg y el resto de la familia real. Francisco José, en un acto de calculada magnificencia muy alabado por la prensa, decretó 4.020 ennoblecimientos, promociones y condecoraciones que señalaban quién mandaba en Austria. Faltaba Sissi para completar el real cuadro.

Contra la lectura deformante y desprolija que hizo de su poesía Heidegger en 1953 (“Poeta del Occidente aún oculto, de una nueva generación regenerada que sucederá a la actual”) debemos rebajar un poco esta hermenéutica milenarista y hagiográfica. Hasta nuevos especialistas han concluido que Trakl podía encajarse en la crítica marxista… Lo cierto que el poeta nació en Salzburg, el 3 de febrero de 1887 hijo de un ferretero. Vivió allí hasta los dieciocho años. Su educación fue católica, a decir verdad nunca abandonó el cristianismo (en una versión a lá Dostoievski). Salzburg, la ciudad de Mozart, fue una región que expulsó a protestantes y judíos durante la Contrarreforma, con un edicto famoso llamado con humor estatal Emigrationspatent. Una Provinz que estuvo bajo la égida del reino de Baviera y que siempre se sintió étnicamente alemana. El 99% de sus ciudadanos votaron fervorosamente el Anschluss, la anexión al Reich de Hitler en 1938. De tradiciones católicas ultramontanas e integristas, Trakl fue marcado por esta cultura provincial y periférica. Era un alumno mediocre y poco sociable. Decidió ser farmacéutico, una vocación que muchos creen debido a su adicción temprana a las drogas. Primero, la dormidera, el opio. No es raro que su adicción a la cocaína sea como consecuencia de un intento de cura. En esos años se pensaba que la coca ayudaba a debilitar la adicción a la morfina y los opiáceos. En sus poemas aparece con frecuencia (con la palabra Mohn):

“La madre llevaba al niño bajo la luna clara,
A la sombra del nogal, del viejo saúco
Ebrio del zumo del opio...”

“Sobre negra nube
cruzas ebrio de opio
El estanque nocturno”

De joven intentó ser cantautor (un fracaso) y escribió sus primeras poesías. Para realizar sus estudios se trasladó a Viena. Estudió dos años en la Universidad y de este entonces parece datar su repulsión a las grandes ciudades, a las que ve enfermas, poseídas por el espíritu del mal. Un número cada vez mayor de intelectuales y artistas atacaba a la ciudad como principal personificación del callejón sin salida maligno de la civilización europea. Centros urbanos sin alma, en descomposición y focos de decadencia. Trakl, como otros, se sentía al mismo tiempo repelido y fascinado por la neurastenia, la corrupción, la rutina mecánica y el aburrimiento que socavaban a Viena como fuente de creatividad y de conocimiento. Aunque la cuestión social está siempre visible (no hay que asustarse: el alcalde de Viena era el rabioso antisemita Karl Lueger):

“Callada, en oscuras cavernas, sangra una humanidad muda
Forjando con durísimos metales el rostro que ha de redimirla”

Desarrolla una angustia de pánico ante hombres extraños. En 1910 recibe su diploma de Magister der Pharmazie. Se enlista voluntariamente en el ejército imperial, con un contrato de un año. No es raro: en el imperio de la Doble Monarquía la única posibilidad de ascenso para un petit bourgeois plebeyo era el ejército o la burocracia. Al finalizar vuelve a su lugar natal, Salzburg. Su vida es un desastre y no logra estabilizarse como un pasable burgués. La conservadora ciudad de provincias ve con malos ojos este bohéme raro, paranoico y heterodoxo. Piensa una salida a lo Rimbaud; el escribe a un amigo que quiere emigrar a una colonia europea alejada y salvaje: Borneo. Desiste de la idea y se re-engancha en el ejército y es enviado como farmacéutico al hospital militar de Innsbruck, en el pintoresco Tirol. Allí se codeará con los círculos culturales, en especial con el grupo de la revista bimensual “Der Brenner Jahrbuch”, editada por Ludwig von Ficker (quién luego tendrá relaciones con Heidegger). Según Karl Kraus, la única revista cultural honesta en lengua alemana. La publicación reunía expresionismo, ensayos teológicos y radicalismo cristiano introspectivo, una rara síntesis. Gracias a este contacto podrá editar poemas, publicar su primer libro, conocer a un grupo importante de artistas y literatos (“Brenner-Kreis”) y recibir mágicamente el apoyo de una beca privada de la familia judía rica de un tal Wittgenstein. Para compensar su ostracismo social, la nobleza judía de dinero era patrocinante de las artes y gran donante a las obras de beneficencia. Hay una carta muy curiosa del luego famoso filósofo remitida a Ficker que dice: “yo no las entiendo a las poesías de Trakl, pero su tono me hace feliz”. Curiosidad: Ficker rechazó como editor la publicación del Tractatus logico-philosophicus por considerarlo inentendible para los lectores.

El estallido de la guerra en agosto de 1914 entre las Potencias Centrales (El Reich alemán y el imperio Austro-Húngaro más Turquía) y la Éntente (Francia, Japón, Reino Unido y Rusia, luego Italia, Portugal y Estados Unidos), desató una fiebre de nacionalismo, revanchismo y racismo entre todas las clases sociales. Años de adoctrinamiento y desinformación desde medios de prensa, escuelas y púlpitos prepararon el escenario del matadero voluntario. La primera medida del emperador-rey Francisco José fue cerrar el parlamento. El 24 de agosto de 1914 Trakl marcha al campo de batalla como farmacéutico en una columna sanitaria. Es un fervoroso voluntario. Cree en la causa y que la guerra es justa. Flicker va a despedirle a la estación de tren y lo encuentra animado y sonriente: lleva un clavel rojo en la gorra y antes de marcharse en un tren de mercancías, deja en la mano de Flicker un papel en el que ha garabateado un extraño poema. Trakl cree en la experiencia vital de la guerra y tiene un sentimiento instintivo y leal hacia la guerra del sabio monarca. Desborda fidelidad a los Habsburgo, la ciega Kaisertreu. No nos extrañemos: el mismo frío y analítico Wittgenstein, también voluntario entusiasta, en sus diarios habla de la guerra como la destrucción de lo artificioso y el retorno de lo auténtico y que sólo la muerte heroica otorga significado a la vida. Cuando tomó contacto con la realidad de la miseria y la matanza se quiso quitar la vida. Ni siquiera Freud se escapó a este virus nacionalimperialista.

En los primeros días de la guerra, el ejército del Zar, el más grande del mundo, atacó en sus fronteras con Austria-Hungría. La región se la conocía como la Galitzia (Galizien), y su capital era Lemberg (hoy Lviv, parte de Ucrania). Unas horas después Trakl llega a su destino: la aldea de Grodek (hoy Hórodok). En las cercanías se libra una dura batalla por la capital. Dentro de un granero de la aldea yacen noventa hombres heridos de gravedad en un Feldlazarett. Todos los horrores de la guerra se despliegan: hay hombres con miembros amputados muriendo desangrados, soldados que se sujetan la barriga para que no se les salga las tripas, hombres destrozados en todas partes pidiendo ayuda, gritos de dolor, de espanto, llantos y gemidos. Entre todo, se escucha una detonación: un “herido en la vejiga” se ha disparado en la cabeza para acabar con su dolor, y llena la pared del granero con su sangre. En las inmediaciones, una plaza con un grupo siniestro de árboles quietos. De cada uno de ellos pende ahorcado un hombre. El último de ellos se ha puesto la soga él mismo. Son rutenos, espías “rusófilos” o independentistas, capturados y ejecutados sin juicio. Ante el envión del ejército ruso la unidad de Trakl emprende una retirada táctica. Lo atraganta el pánico y la desesperación. Trata de quitarse la vida, sus compañeros lo impiden. Sufre de una “neurosis de guerra”, una enfermedad no reconocida en el ejército austro-húngaro (caía bajo la acusación de cobardía ante el enemigo). Es enviado a un hospital de Cracovia, para ser internado dado su estado mental y administrativamente estudiar su caso. Flicker, en el momento en el que sabe de su suerte, acude en su ayuda. Cuando se ven, Trakl cree (o quiere creer) que está internado por una simple angina y que podrá salir en breve; y le aprisiona el miedo a que le fusilen por haber querido desmoralizar a las tropas con su ataque de pánico histérico. Flicker relata así sus últimos momentos: “Siempre se le hacía difícil arreglárselas con el mundo exterior, al tiempo que iba ahondándose cada vez más en el manantial de su creación poética... Bebedor y drogadicto empedernido, jamás le abandonaba su porte noble, de un temple espiritual fuera de lo común; no hay hombre que haya podido verle jamás tambalearse siquiera o ponerse impertinente cuando bebía, si bien a horas avanzadas de la noche su forma de hablar, por lo demás tan delicada y como rondando siempre a un mutismo inefable, se endurecía a menudo con el vino de una manera peculiar y entonces podía aguzarse en una malicia relampagueante. Pero por debajo, solía sufrir él más que aquéllos sobre cuyas cabezas descargaba como un rayo la daga de sus palabras en el corro enmudecido; pues en tales momentos parecía de una veracidad tal que le partiera auténticamente el corazón. Por lo demás, era un hombre callado, ensimismado, pero en modo alguno reservado; al contrario, sabía entenderse bondadoso y humano como el que más con gente sencilla y franca de cualquier clase social, de la más alta a la más baja, con que tuvieran el corazón "en su sitio", en particular con los niños. Bienes apenas le quedaban, tener libros siempre le pareció superfluo, y acabó "liquidando" por lo que le dieran todo su Dostoievski, al que veneraba fervientemente... Entonces estalló la guerra, y Trakl tuvo que ir al frente en su antiguo puesto de farmacéutico militar con un hospital volante. A Galitzia. Al principio aquello pareció romper el hielo y arrancarle a su pesadumbre. Pero luego, tras la retirada de Grodek, recibí desde el hospital de plaza de Cracovia, adonde se le había llevado para observación por su estado psíquico, un par de cartas suyas que sonaban como llamadas de socorro de su alma. Me decidí sin tardar y salí hacia Cracovia. Allí tuve el último y conmovedor encuentro con mi inolvidable amigo. En Cracovia y de vuelta a Viena hice cuanto estuvo en mi mano por traerle de vuelta a los cuidados de casa. Pero apenas llegué allí [a Innsbruck] recibí la noticia de su muerte. Murió la noche del 3 al 4 de noviembre de 1914, tras un día de agonía, presuntamente por efecto de una dosis de veneno que ingirió; de todos modos su final está envuelto en la oscuridad, pues no se permitió estar a su lado a su asistente. Éste, un minero de Hallstatt adscrito a Sanidad, llamado Mathias Roth, fue el único ser humano que asistió de luto al entierro de Trakl”. Wittgenstein, su raro admirador, se dirige a Cracovia. Llega tarde. Tres días antes de su llegada, Trakl se ha administrado una sobredosis de cocaína, droga habitual en los hospitales. Duda que se trate de un suicidio y señala la posibilidad de un error médico encubierto. Wittgenstein escribe con tristeza al recibir el poema póstumo de Trakl, escrito de un tirón: “Ficker me ha enviado hoy poesías del pobre Trakl, que yo considero geniales, aunque no las entienda”. Entre ellas su última poesía dedicada a la pequeña aldea de Grodek, el infierno tan temido. Será publicada en “Der Brenner Jahrbuch”, 1915, p.14, con fecha de septiembre de 1914:

Grodek

En la tarde suenan los bosques otoñales
de las armas mortales, las praderas doradas
y los lagos azules; sobre todo el Sol
se hunde sombrío: la noche abraza
a guerreros moribundos, el salvaje lamento
de sus bocas destrozadas.

Pero callada en el fondo de los prados
nubarrón rojo, donde habita un Dios en cólera,
la sangre derramada, frío de Luna;
Todas las calles acaban en una podredumbre negra.

Bajo el dorado ramaje de noche y estrellas,
por la arboleda silenciosa va la sombra de la Hermana vacilando,

para saludar el espíritu de los héroes, las cabezas sangrantes;
y suaves resuenan en los juncos oscuras flautas del otoño.

¡Oh, orgullosa tristeza! , sus férreos altares
la caliente flama del espíritu alimenta hoy un violento dolor,
De nietos nunca nacidos.


Versión original:

Am Abend tönen die herbstlichen Wälder
Von tödlichen Waffen, die goldnen Ebenen
Und blauen Seen, darüber die Sonne
Drüster hinrollt: umfängt die Nacht
Sterbende Krieger, die wilde Klage
Ihrer zerbrochenen Münder.

Doch stille sammelt im Weidengrund
Rotes Gewölk, darin ein zürnender Gott wohnt,
Das vergossne Blut sich, mondne Kühle;
Alle Straßen münden in schwarze Verwesung.

Unter goldnem Gezweig der Nacht und Sternen
Es schwankt der Schwester Schatten durch den schweigenden Hain,
Zu grüßen die Geister der helden, die blutenden Häupter;
Und leise tönen im Rohr die dunklen Flöten des Herbstes.

O stolzere trauer! ihr ehernen Altäre,
die heiße Flamme des Geistes nährt heute ein gewaltiger Schmerz
Die ungebornen Enkel.


(Traducción: Nicolás González Varela)